De viaje por Chernóbil

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De viaje por Chernóbil

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En el vigésimo aniversario de la catástrofe de Chernóbil, el CCCB inauguró una exposición el pasado mes de mayo titulada ‘Érase una vez Chernóbil’, en la que se analizan el antes, el durante y el después del mayor desastre industrial de la historia. Por suerte, la muestra permanecerá hasta el próximo 8 de octubre así que no he perdido la oportunidad de visitarla, algo que recomiendo y mucho, a pesar de que, después de las más de dos horas que se tarda en recorrerla, sales con el ánimo por los suelos y con un poco de mal cuerpo. Y es que ésta es una exposición tan dura como recomendable porque hechos como los que tuvieron lugar aquel nefasto 26 de abril de 1986 no deberían repetirse jamás.

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‘Érase una vez Chernóbil’ está comisariada por la periodista francesa de origen ruso Galia Ackerman y es la primera muestra que se hace de lo que el gobierno soviético se empeñó en llamar «accidente». El visitante empieza su recorrido en una pequeña y próspera ciudad ucraniana con una población joven y activa que es parte esencial del engranaje de la maquinaria soviética gracias a su trabajo en la Central Nuclear. Descubrimos, de una manera sencilla y didáctica, el funcionamiento de la Central y lo innecesaria que era ya que la URSS disponía de reservas energéticas para subsistir un siglo entero, con lo que Chernóbil y todo lo que se construyó a su alrededor no eran más que otra muestra de publicidad y autobombo soviéticos. Una madrugada de 1986 explota uno de los reactores y toda esa paz y progreso que se respiraban en esa zona se convierten en nubes tóxicas y, sobre todo, un descarado ocultismo por parte las autoridades.

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Y es que en esta exposición se pone de manifiesto por primera vez cómo el Gobierno de la época ocultó a los habitantes casi todo lo relativo a la catástrofe, exponiéndoles gratuitamente a la radiactividad aún hoy día. Inmediatamente después de la explosión enviaron a cientos de miles de jóvenes de toda la URSS -obreros, ingenieros, electricistas, soldados y cuerpos de seguridad…- a intentar poner orden en tanto caos sin advertirles apenas de los riesgos que corrían, sin las protecciones necesarias y prácticamente obligados. Los «liquidadores» eran aquellos hombres y mujeres que acudieron durante los primeros meses a intentar limpiar lo que quedaba de la Central y a construir ese famoso sarcófago que recubre hoy sus restos -y evita, supuestamente, que se emita más radiactividad- de los cuales el 80% hoy está muerto tras su paso por Chernóbil y el 90% sufrió algún tipo de enfermedad derivada de sus trabajos allí realizados. La desfachatez del Gobierno llega a puntos tales como cuando, meses después del accidente, emite una resolución secreta en la que se permite la venta de carne de reses de la zona contaminada pero mezclada con otra limpia para distribuir por toda la URSS. Eso sí, se tomaron la molestia de no destinar esa carne para la exportación no fuera a ser que alguien se diera cuenta de que sí estaba, y mucho, contaminada.

Dibujos de los niños de Chernóbil, excelentes fotografías, documentos audiovisuales, uniformes originales, diarios y cuadernos de los trabajadores de la central… Son muchos los formatos que conforman esta exposición que es tan informativa como conmovedora. No se centra en detalles escabrosos como las imágenes de niños con graves malformaciones nacidos tras la explosión -las hay, pero son pocas y muy respetuosas- sino que llama la atención del espectador con una exposición clara y sin sentimentalismos de los hechos. Hasta podemos leer algunos chistes que los propios liquidadores hacían durante sus labores, que no perdían el sentido del humor ni en esas circunstancias tan adversas.

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Un momento especialmente trágico de la exposición es el de la evacuación así como las posteriores imágenes de las ciudades de alrededor de Chernóbil completamente vacías y como paradas en el tiempo. ‘Érase una vez Chernóbil’ no te reconcilia con el mundo ni te recuerda que la vida es bella, pero impide que un hecho tan terrible como éste caiga en el olvido. Han pasado veinte años, pero los efectos de aquella nube radiactiva siguen, no sólo en Ucrania, sino en toda Europa. Da que pensar. Hay que ir a verla antes de que se termine, aún estáis a tiempo.

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