Kanye West ha presentado su quinto disco con un corto de algo más de 30 minutos dirigido por él mismo en el que le vemos intentando convencer a una mujer con alas de que se quede a su lado. Es el de ella un personaje inadaptado que no puede sino recordarnos al mismo Kanye, a juzgar por todos los episodios que le hemos visto protagonizar en los últimos años, en un constante medio camino entre lo tierno y lo ridículo. Probablemente la elección de un personaje extraño como objeto deseado venga a representar en realidad que Kanye está enamorado de sí mismo, lo cual no supone ninguna novedad pero tampoco un entorpecimiento para la degustación de esta nueva gran obra.
El amor de Kanye West por su propia persona es objeto de chistes en todo tipo de reuniones sociales a lo largo y ancho del globo terráqueo. Pero no podemos decir que en su quinto disco haya perdido el juicio de manera que su personalidad se reduzca a la ridiculización. Hay varios momentos en que las letras, egocéntricas, reafirmativas (reciben palos Saturday Night Live o MTV, se recurre a juegos de palabras tan «ingeniosos» como «King of Leona Lewis»), llegan verdaderamente a agotar, pero permanecen en segundo plano en un álbum en el que se suceden una detrás de otra las excelentes canciones, mucho más pop que la propia ‘Barbarella’.
En gran medida, ‘My Beautiful Dark Twisted Fantasy’ supone un regreso a sus dos primeros álbumes, y donde ‘Gold Digger’ triunfaba bebiendo de los clásicos, lo hacen ahora por cuenta propia la eléctrica ‘Gorgeous’ o la estupenda ‘Devil In A New Dress’, mientras la inicial ‘Dark Fantasy’ interpone modernidad urban en las estrofas con la exquisita ambientación del estribillo. Es lo mejor que ha sabido hacer Kanye West a lo largo de estos años y esta es una de sus mejores muestras.
‘808s & Heartbreak‘ supuso un bache en su carrera, pero West demuestra que no ha cometido errores en vano. Esta vez sabe dosificar el autotune dándole protagonismo donde procede, hacia el final, sample del improbable invitado Bon Iver mediante en la preciosa ‘Lost In The World’, que sucede a uno de los momentos más bonitos del disco, la balada ‘Blame Game’ junto a John Legend; y precede al final político, ‘Who Will Survive In America’, un gapo a partir de un poema de Gil Scott-Heron.
Es este un momento fundamental que sirve para empalmar dos facetas sin las que la personalidad de Kanye West no sería lo mismo: su debilidad, su romanticismo y su pasión con su correspondiente complejo de culpa de un lado, y su implicación política, de otro. Ambas brillan en este disco perfectamente encajadas, como queriéndonos decir que hasta el último tweet de su vida ha tenido un porqué que ahora queda explicado en forma de pequeña obra de arte. Es la gota que colma el vaso que incluso la letra de la minimalista ‘Runaway’ advierta que Kanye ha enviado una foto de su polla a una chica.
La grandeza es tal que casi parece una broma que Elton John, Elly de La Roux o Fergie sean invitados en el cuarto single ‘All Of The Lights’, donde ante todo se oye a Rihanna. Kanye no los necesita (en todo caso al revés), pero por si acaso se te ocurre que el hecho de que estén aquí es un ejercicio de grandilocuencia gratuita, él ya lo ha pensado antes en otra de sus cumbres creativas: ‘So Appalled’. A veces todo puede resultar tan ridículo…