Música

Barcelona se rinde a unos Slowdive inmensos y atemporales

Justo una semana antes de que Slowdive actuaran en la sala Apolo, nevó en Barcelona. No cuajó, pero muchos salimos a la calle para empaparnos de esa sensación mágica de anormalidad que parece ralentizar el paso del tiempo. Yo lo hice con Slowdive sonando en mis auriculares, sabiendo que siete días más tarde volverían a recorrerme los mismos escalofríos de placer y excepcionalidad. Y así fue. Porque, pese al calor sofocante y creciente debido al lleno que registró una sala que ha ganado algo de espacio con las últimas reformas, presenciar la actuación de los británicos fue como estar en el ojo de una gélida tormenta emocional vivida a cámara lenta, con violentas ráfagas de guitarra acariciándonos, cascadas de finas melodías y una intensidad atmosférica a baja presión.

La condición de banda de culto de Slowdive se fue gestando durante los casi de 20 años que pasaron separados, pero se ha certificado definitivamente a la luz de su regreso discográfico homónimo, publicado en mayo del año pasado ante la admiración unánime de crítica y público, tanto del viejo como del nuevo. Un álbum con el que se ha descongelado un género que, hoy por hoy, no cuenta con demasiados grupos de nuevo cuño en el mainstream. Ya habían actuado en 2014 en el Primavera Sound, en aquella gira de reunión, pero el carisma, el sonido y la cercanía que propicia una sala como Apolo otorgaba a esta cita un carácter muy especial. Con razón el sold out, también registrado en el concierto de esta noche en Madrid.
Y así, del mismo modo que ‘Slowdive’ ha pulverizado nada menos que 20 años de espera, sus canciones se integraron a la perfección con las antiguas en un setlist que podría constituirse como mito: una hora y media larga y atemporal del shoegaze y dream pop más canónicos. Saltando de la solemnidad de ‘Slomo’ a la solidez de ‘Slowdive’, y de ésta a la bruma onírica de ‘Crazy for You’. Rejuveneciendo con el ritmo enriquecido y valiente de ‘Star Roving’, con un Neil Halstead siempre evadido hacia sus amplis; y, acto seguido, rescatando de la nostalgia una ‘Avalyn’ viciada y fúnebre cuyo final nos dejó sin aliento. Pero no era más que el calentamiento.

Entonces, coincidiendo con un tramo en el que Rachel Goswell agarró la guitarra, llegó la hora de los grandes himnos. Anti-himnos, mejor dicho: esas piezas abismales que a la vez arañan el firmamento y se hunden en lo más profundo de nuestra psique. Canciones enormes como ‘Catch the Breeze’, gélida y ardiente al mismo tiempo, capaz que anudarnos la garganta hasta hacernos llorar; como ‘No Longer Making Time’, un escalofriante salto de fe al vacío; como ‘Souvlaki Space Station’, envuelta en ondas gravitacionales (que circundaron a la propia Goswell en su baile); como ‘When the Sun Hits’, cenital por excelencia y con esa épica para antihéroes; y como ‘Alison’, que fue como tocar el cielo. Canciones que podrían separar las aguas, que juegan con las fuerzas naturales como Poseidón sin su vengativo carácter.

Es más, podría decirse que lo nuevo de Slowdive rebosa aún más emoción, dulzura y bondad que su antiguo trabajo, y que la interpretación en directo de aquél se ha visto influenciada por ello. Con el público ya totalmente entregado, temas recientes como ‘Sugar for the Pill’ y ‘Don’t Know Why’ terminaron de ablandarnos el corazón, completando el repertorio, eso sí, con una semi-acústica ‘Dagger’ y con ‘40 Days’, piezas extraídas de ‘Souvlaki’, su segundo álbum.

Luego, detrás de toda su música, están ellos. Rachel y Neil. La mirada feliz y sonriente de ella, buscándonos uno a uno; el alma de grunge en paz de él, siempre flotando y como disperso en sus punteos y distorsiones. Cantando a dúo, volando en tonos distintos pero juntos, tocándose sin estar siquiera cerca. En muchas ocasiones Rachel mira a Neil con ternura y admiración, y aunque éste levite en su propio mundo, dibujando con los dedos aristas imposibles, milagrosas, la conexión se produce, estalla la chispa y los sentimientos se convierten en magia y en música. Entonces es cuando el tiempo deja de transcurrir con normalidad y pierde sentido. No solo por habernos regalado el mejor antídoto contra la nostalgia, que obviamente es el hecho mismo de que hayan regresado al redil de nuestro regazo; sino porque, al igual que pasa cuando nos quedamos absortos bajo una inesperada y atípica nevada, mientras gotean sus guitarras, como pétalos de flor de loto cayendo, y mientras la distorsión bate sus alas de colibrí, nuestra existencia misma transcurre más despacio, adhiriéndose a ella la emoción de las vivencias con mucha más intensidad y perdurabilidad. ¿Quién podrá olvidar el concierto de Slowdive en la sala Apolo? Nadie. 10. Fotos: Pablo Luna Chao.

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Publicado por
Pablo Luna Chao
Tags: slowdive