‘Mamá y papá’: ¿quién puede matar a un hijo?

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‘Mamá y papá’: ¿quién puede matar a un hijo?

Charlie Sheen, Rocco Ritchie, Tallulah Willis, Borja Thyssen, Paquirrín… ¿Quién no ha querido asesinar alguna vez a sus hijos? Nicolas Cage seguro que sí. Su vástago, el metalero Weston Cage, ha sido arrestado varias veces por conducir al estilo Ortega Cano. No es difícil, por tanto, imaginarse al actor que más trabaja en Hollywood (solo en los dos últimos años ha estrenado diez películas) dando saltos de alegría cuando le ofrecieron el papel de infanticida padre de familia en ‘Mamá y papá’. Es más, ¿no sería divertido pensar que la mejor (sobre)actuación de Cage en años -en muchos años- ha sido consecuencia de una catarsis personal, de una liberación en la ficción de sus instintos reprimidos en la realidad?

El director Brian Taylor, conocido por sus películas de acción junto a Mark Neveldine (‘Gamer’, la saga ‘Crank’), debuta en solitario con esta sátira sobre la paternidad y la maternidad, con derivaciones hacia la crisis de la mediana edad. “Antes éramos Kendall y Brent… Ahora somos mamá y papá”, dice en un momento de abatimiento el personaje de Cage. A partir de esta frase, que sintetiza el discurso sobre la pérdida de la identidad que plantea la película, el director pone en imágenes las frustraciones y renuncias de una generación de padres en forma de sangrienta comedia negra.

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‘Mamá y papá’ se puede leer como la modulación extrema de una de las imágenes icónicas de la cultura popular del siglo XX: Homer estrangulando a Bart. O, también, como una actualización de ‘El pueblo de los malditos’; un lugar donde, en vez de los niños, son los padres los que se comportan de forma extraña y se convierten en una amenaza para sus hijos. A través de una puesta en escena muy enérgica y pirotécnica, tan crispada como los nervios de sus protagonistas, el director ironiza sobre los choques generacionales utilizando los códigos de la película de zombis: un alocado relato de supervivencia donde una alegórica pandemia pone en peligro la conservación de la raza humana.

Aunque la ingeniosa premisa argumental se va agotando poco a poco y llega al final llena de remiendos (los redundantes flashbacks) y con la lengua fuera, el director consigue mantener el interés del espectador gracias a un eficaz crescendo dramático, un divertido uso del contrapunto musical (las escenas más gore están “aligeradas” con canciones de Roxette o Tony Carlucci/Lou Bartolomucci), unos gags tronchantes (atención a la llegada de los abuelos), la química entre Cage y una estupenda Selma Blair, y unas furiosas secuencias de acción que nada tienen que envidiar a la de otras películas de zombis (y esta en esencia lo es) como ‘28 días después’, ‘Amanecer de los muertos’ o la reciente ‘Tren a Busan’. 7’5

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