Este director catalán, suerte de Woody Allen por aquello de hacer una película por año, vuelve a adaptar un texto literario para ‘La vida abismal’, su nuevo filme, que llega esta semana a la cartelera para desgracia de los bienintencionados que se gasten dinero en verla por eso de ayudar al cine español.
Y resalto lo de que hace una película por año porque, cuando humildemente le preguntas si con tan poco tiempo de preparación entre rodaje y rodaje no teme meter la pata de vez en cuando (que lo hace, vaya si lo hace), Pons saca las garras y asegura que él lo prepara todo mucho, que si algo sabe hacer es cine y que, en los años 50, los directores dirigían tres películas en un año y nadie les decía nada. Pues vale.
Admito que me han gustado algunos títulos de su filmografía (‘Actrices’, ‘Ocaña’, ‘Caricias’), pero cada vez estoy más convencido de que es todo mérito de los libretos en los que está basado y no de la maestría de oficio de su director. Que no, que alguien que sabe hacer cine no abusa tanto de la voz en off, de recursos de videoclip barato, de secuencias vacías y tramposas, de planos repetidos sin sentido y, por supuesto, de una rallante y barata música jazz que, por cierto, ni tiene nada que ver con la época en la que transcurre el film (Valencia a principios de los 70) ni ayuda nada a enfatizar la narración de la película. Rían o lloren, follen o mueran, la música siempre es la misma. Pesado, que eres un pesado.
‘La vida abismal’, que pretende ser un viaje iniciático de juventud y en realidad consigue desear la vejez cuanto antes, está protagonizada por Óscar Jaenada, que es mono y lo hace bien, por Antonio Valero, que mira todo el rato a cámara llorando supongo que acordándose de su participación en ‘Médico de Familia’ y por José Sospedra, un debutante joven valenciano que recuerda demasiado a Fernando Carrillo, el guapísimo marido de Catherine Fulop en ‘Abigail’. Y si viendo una película me paro a recordar una cutre telenovela venezolana de 1988, ya os imaginais lo que opino de la misma. 2.