La vie en rose

Firma este artículo uno que odia aquello de «cualquier tiempo pasado es mejor», pero el biopic de Edith Piaf realizado por Oliver Dahan (director de varios vídeos de los Cranberries, por cierto) nos devuelve a los años en que una cantante interpretaba su «chanson» sobre los escenarios, y no se limitaba a mover ridículamente una guitarra que a veces puede que ni suene. A los tiempos en que las letras que canturreaba el público mayoritario no se componían exclusivamente de bobadas, en que uno escuchaba una buena voz y se giraba y se callaba, a los días en que una canción podía resumir la carrera de una artista o, mejor, dar sentido a una vida, como lo consigue el tema que a todos nos viene a la mente cuando oímos hablar de Édith Piaf. Aunque lo de «tema» se le queda muy pequeño.

De voz grave y ruda como su extraña figura de maniquí, carácter agrio y salud enfermiza, Édith vivió todo tipo de dramas hasta su muerte en 1963: fue abandonada por su madre de pequeña, criada en un burdel, arrancada de allí por su padre para trabajar en el circo y cantante callejera o de sitios peores desde su adolescencia. Las tragedias que vivió a lo largo de su vida es mejor que las veáis en la película. Algunas aparecen sólo en forma de pincelada, eso sí, en escenas de un lirismo y un dramatismo asfixiante. Se pasan por alto sus funciones patrióticas durante la invasión nazi y otras muchas cosas, porque la película es eficiente simplemente en su retrato atormentado: su amor desesperado por los escenarios, su arrogancia o vaivenes con la mala vida. Y por supuesto su interpretación de canciones tan fuertes como ‘Non je ne regrette rien’, tan esperanzadoras como ‘La vie en rose’, tan escalofriantes como ‘Padam Padam’. Cada detalle de su fisonomía, de sus gestos y reacciones desproporcionadas es fascinante. De Marion Cotillard es mejor ni hablar porque como suele decirse es que ni existe: es Édith Piaf.

‘La vida en rosa’ tiene sus defectos. El encuentro con Marlene Dietrich está resuelto muy torpemente y pésimamente musicado. Amantes y maridos se pierden en un montaje caótico que abusa de flashforwards y flashbacks hasta la extenuación. Bien evitando estructuras telefilmescas o situaciones poco claras en la vida de la Piaf, el director se ha pasado de sutil o de impreciso innecesariamente. Pero hay que tener la cabeza muy fría para permanecer impasible ante estas dos horas de emociones y canciones de tamaño existencialista. ¿Os acordáis de la última vez que un libro, un disco, una película os obligó a tener una necesidad desesperada por saber más sobre un artista? 9.

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Publicado por
Sebas E. Alonso