Versus: policía en Malasaña

En contra: Después de toda la vida oyendo hablar de la Maravillas o de La Vía Láctea y de unos cuantos años dando vueltas por Malasaña, uno termina escogiendo el barrio para vivir. Y después de 2 años, no puedo decir que me arrepienta: poder ir andando a los cines Princesa, al Elástico o a CD Drome se llama calidad de vida. Y guay es ir a comprar a la charcutería de Don José escuchando en el ipod canciones alegres sobre barrios sucios y desangelados, como ‘Side streets’ de Saint Etienne o ‘LDN’ de Lily Allen.

Sin embargo, la vida en el barrio no es tan agradable desde hace un par de semanas. Más bien tengo la sensación de vivir en estado de guerra. Eso es lo que pienso cuando me encuentro a 3 policías municipales en cada esquina desde las no fiestas del 2 de mayo, que este año, irónicamente, no se celebraron en la plaza del 2 de Mayo, a pesar de que en mi pastelería más cercana, unos cuantos vecinos firmamos a favor de las mismas. Yo no sé argumentar por qué la presencia de la policía me resulta tan incómoda y tan desagradable, por qué me hacen sentir tan inseguro yendo hacia mi propia casa, pero sé que George Orwell escribía libros que me angustiaban mucho. Y que hay alguien a quien las personas jóvenes no le caemos bien en Malasaña. Aunque vivamos aquí y paguemos alquileres sonrojantes por ello. Por eso tenemos que mostrar nuestros DNI’s cuando paseamos por el barrio, enseñar nuestras mochilas para demostrar que no llevamos… ¿¡qué?! o justificar que nuestra botella de vino es para cenar en casa de un amigo que vive al lado. A lo mejor es que ese Madrid vivo, abierto a la gente de fuera, divertido y lleno de propuestas culturales distintas a las que vemos en los medios de masas les interesa un pimiento. A lo mejor es que les interesa que el barrio esté limpio de meadas. La porquería que rodea todos los contenedores de reciclaje de Malasaña nadie la ve. Supervago

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A favor: Desde luego, este es un «a favor» con matices, que no me considero precisamente un reaccionario. Pero lo que sí es verdad es que durante estas dos o tres semanas se puede caminar de bar en bar por Malasaña con más tranquilidad: no es necesario sortear pestilentes ríos de pis, no hay que pisar montañas de botellas y minis vacíos, tu novia puede caminar sola sin que la acose media docena de individuos ebrios, puedes recoger tu vehículo aparcado sin tener que enfrentarte a ningún energúmeno que ha decidido que pasará la noche sentado o tumbado encima del mismo y, por supuesto, eso no te costará cuando menos un amago de pelea. Y es que la leyenda del barrio, su romanticismo, se está corrompiendo hasta límites insoportables. Desde luego que una ocupación policial no es una solución idónea para el problema de fondo que en realidad es educacional, pero ¿merece más respeto el que prefiere tajarse sentado en la calzada que el que lo hace de bar en bar? ¿Por qué me tengo que sentir amenazado si yo también quiero divertirme? Yo creo que es posible hacer un botellón en la calle si uno se comporta con un mínimo de respeto hacia los demás. La proliferación de policías es una táctica fascistoide para solventar circunstancialmente una situación insostenible en mi opinión, y que no borra la profunda crisis educativa y cívica que vivimos, que es en realidad lo que la clase política debe resolver con urgencia. Hasta entonces, esto debería servir para que todos reflexionemos y nos demos cuenta de que otro Malasaña es posible si nos lo tomamos un poco más… easy. Caniche.

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