¿Sexo? en Nueva York

Me encanta la serie ‘Sexo en Nueva York’. Tengo todas las temporadas en DVD y casi podría reconocer que Sarah Jessica Parker me cae bien. Por eso me cabrea el estropicio de película que han decidido filmar. No nos lo merecíamos. Y como sé que si eres igual que yo te darán igual los avisos y las malas críticas, esta vez prefiero jugar a ser Carrie Bradshaw por un día y escribir bajo los ojos de este personaje lo que tuve que sufrir en el pase de prensa de hace unas semanas. Total, va a ser igual de útil y por lo menos me divierto escribiendo, que no sé si tú leyendo. Ah, y contiene posibles spoilers no esenciales.

MI PELÍCULA, por Carrie Bradshaw

La pregunta me surgió una mañana calurosa de junio mientras tomaba mi Starbucks Coffe Tall para paliar los efectos del madrugón y de la gripe que acababa de pillar. Las aspirinas caducadas encontradas en mi pequeño apartamento no hacía efecto. Y la verdad, semejante careto, a las diez de la mañana, no era el estado ideal para disfrutar del preestreno de mi nueva película, ‘Sexo en Nueva York’, esencial para saber qué ponerse las próximas temporadas –flores, muchas flores- y sacar de paso unos cuartos con los que financiar mi carísimo armario. Ya sentada en la butaca, conté atónita la cantidad de bostezos que inundaban la sala, que fueron muchos, y las continuadas miradas furtivas a los relojes de los móviles para comprobar si los minutos seguían durando 60 segundos. Fue en ese momento cuando surgió la pregunta. ¿Están condenadas las adaptaciones cinematográficas de un éxito televisivo al total fracaso? ¿O es que soy una palurda y no me entero de que los guionistas me la han metido doblada?

Incapaz de responderme, ya que antes de poder hacerlo me surgieron otro millón de preguntas –de hecho, si quisiera podría hablar siempre encerrando cada frase entre interrogantes-, repasé lo que me pasa en la película para saber quién tenía la razón, si el mundo o yo. A ver, la historia no puede ser más bonita. Yo sigo con Mr. Big, que me va a comprar una casa enorme con vestidor y todo, así que no tengo más remedio que casarme con él. Evidentemente, algo pasa y no lo hacemos, así que me refugio en mis amigas para superar el trauma que ya he vivido mil veces para que al final pase lo que ya ha pasado otras mil. Así, en esencia, es todo. Bueno, claro, también salen Charlotte, que se queda embarazada, Miranda, que se separa porque le ponen los cuernos, y Samantha, que vive en Los Ángeles en pareja y que todo el mundo dice a la salida de la sala que es la única que merece la pena de toda la película. Reconozco que suelta unos cuantos puntos, pero yo visto mejor y soy más guapa, que para eso salgo en un par de escenas sin maquillaje para demostrarlo. Pero la amistad está por encima de cualquier hombre o zapato. Bueno, dejémoslo por encima de cualquier hombre. Menos de mi Big.

Y es que acepto que nos comportamos como lelas y que pretendemos engañar al espectador haciendo que la estructura de un capítulo de 20 minutos aguante en un filme de dos horas y media. Acepto que el sexo del título es anecdótico y sólo se ve un glande y poco más. Acepto que no te rías con nosotras porque ya no somos tan graciosas o porque tenemos arrugas (en fin, tú también has envejecido). Pero lo que no acepto es que se cuestionen nuestra inteligencia. Mi inteligencia. En la película os enseño que en este tiempo he escrito tres libros más y preparo uno sobre el matrimonio con mis experiencias en la película. ¿Haría eso una palurda? ¿O es que me tomo demasiado en serio a mi misma? Que tengo vestidos guardados de los años 80, ¡copón!. 3

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Publicado por
Claudio M. de Prado