La portada del álbum es el cuadro ‘Proverbios Neerlandeses’ del pintor renacentista Pieter Bruegel y seguramente no es una elección casual. Brillante cromatismo, habilidad con los claroscuros, detalles que rozan la exageración, espiritualidad, calidez… Esas características se perciben por igual en la obra del pintor flamenco y en la de estos cinco chicos de Seattle. Su folk tradicionalista está fundamentado en los discos que escuchaban en su adolescencia, la colección de discos de unos padres norteamericanos nacidos durante el baby-boom: Crosby, Still, Nash & Young, Dylan, Beach Boys, Simon & Garfunkel, Joni Mitchell, The Zombies… pero en él también se perciben ecos de música coral, barroquismo (je!), world music o bandas sonoras. Nada muy fuera de los márgenes habituales.
¿Dónde está entonces el factor diferencial que les hace sacar un cuerpo de ventaja a otras bandas de su generación? Pues está sobre todo en su talento para crear unos arreglos vocales pasmosos, espeluznantes, llenos de espiritualidad, casi sobrenaturales, que inmediatamente evocan a esos Beach Boys de cuando se ponía el sol en las playas de California. Y es que parece una bobada, pero estamos tan acostumbrados a voces masculinas vulgares y anodinas que no nos damos cuenta hasta que escuchamos cantar así de bien. Quizá la única banda capaz de asemejarse a ellos en ese aspecto hoy día sean los geniales Grizzly Bear, aunque musicalmente estén más cercanos a los Band Of Horses más acústicos. La suma de esa genialidad vocal y su capacidad para escribir canciones emocionantes, sencillas en apariencia pero producidas con un detalle digno de un órfebre (producidas, por cierto, por Phil Ek -Band Of Horses, The Shins, Built To Spill-), resultan una obra maravillosa, de una belleza perfecta. Sin ser discos fáciles ni accesibles, sobre todo si no se gusta del folk y aledaños, canciones redondas como ‘White Winter Hymnal’ y ‘Quiet Houses’ de ‘Fleet Foxes’ o ‘Mykonos’ y ‘English House’ de ‘Sun Giant’ pueden ser perfectamente disfrutables por cualquier amante del pop. Pero es que en los números de recogimiento y delicadeza Fleet Foxes también matan: ahí están ‘Tiger Mountain Peasant Song’, ‘Heard Them Stirring’ (¿no parece que se vayan a arrancar con lo de ‘Sanchooooo-quijote / Quijoteeeee-sancho’?) o la maravillosa ‘Drops In The River’ del EP. Pero donde de verdad me emocionan más allá de lo razonable, donde me estremecen sin importar las veces que lo escuche es en el tema que cierra el LP, ‘Oliver James’. Es, curiosamente, la canción menos arreglada del disco y quizá por eso la más sobrecogedora: Robin Peckhold, alma del grupo, exhibe su potencia vocal con un a-capella que provoca un escalofrío instantáneo.
Como ocurrió con Bon Iver, por ejemplo, es muy posible que me quede solo en la defensa de este disco en nuestras queridas listas de lo mejor de 2008. Y como ocurre con la obra de Justin Vernon, es muy posible que la de Fleet Foxes sea una de esas que se instala en las listas de las vidas de algunos de nosotros para siempre jamás. Ay, pero qué cursi soy cuando me pongo…
Calificación: 9/10
Temas destacados: ‘Oliver James’, ‘White Winter Hymnal’, ‘Heard Them Stirring’
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