El curioso caso de Benjamin Button

Dicen que la vida se hace corta porque al envejecer perdemos memoria. Que si pudiésemos recordar cada segundo de nuestra mortal estancia habitaríamos en un cuento de Borges y no en la Tierra. El caso es que por esa regla de tres, a aquellos que nazcan viejos se les hará larguísima su existencia, necesaria e intensa, pero interminable. Seguro que casi tanto como el metraje de ‘El curioso caso de Benjamin Button’, una historia alargada sin sentido en busca de unos premios Oscar que dudo se hagan realidad. Más que nada porque no creo que la Academia vuelva a repetir el error ‘Forrest Gump’, a.k.a. «la Marisa Tomei del cine contemporáneo». Que sí, que convertir a Brad Pitt en Gollum tiene mérito, pero un efecto especial y una historia de amor llena de desencuentros históricos no puede sustentar toda una película. Sobre todo cuando lo más interesante sucede en los diez primeros minutos de proyección…


‘El curioso caso de Benjamin Button’, como ya habréis leído por ahí, narra la historia de un niño que nace viejo y que rejuvenece con el paso de los años. Así de simple. Que por qué nace con esta enfermedad y por qué nadie se extraña de que ese viejo esté cada día más lozano, nadie lo explica. Total, si nos creemos que un montaraz puede derrotar al ejército de Mordor con la ayuda de fantasmas de reyes pasados, también nos podemos creer esta premisa. Son las maravillas de una narrativa de ficción, en este caso, imaginada por F. Scott Fiztgerald. Y es que si fuésemos incrédulos crónicos por naturaleza, qué aburrida sería la vida y qué divertida la lectura de la Biblia.

Dirigida por David Fincher, maestro que lo mismo te hace la psicotrónica ‘El club de la lucha’ que un thriller clásico tipo ‘Zodiac’, la película comienza en la habitación de un hospital de Nueva Orleans en el que está ingresada una moribunda y anciana Cate Blanchett. Esperando la llegada de su muerte, la mujer le pide a su hija que le lea un diario con el que pasar el tiempo y, de paso, olvidarse del inminente huracán Katrina, cuyas primeras gotas ya aporrean las ventanas de la habitación. Un crossover

de ‘Los puentes de Madison’ y ‘Titanic’ que sirve de excusa para contar la historia de este Benjamin Button. Una repaso a 80 años de intensa vida con un supuesto final sorpresa incluido que, listillos, nada tiene que ver con la emotiva muerte de Brad Pitt que anuncian todas las sinopsis. Así que no blasfeméis que este dato no es ningún spoiler, ya que aquí lo impactante no es el qué sino el cómo. ¿En serio que con el último plano no os vino a la cabeza el programa ‘Está pasando’, mascota incluida?

La verdad es que con media horita menos de metraje la película habría sido perfecta. Que no me entendáis mal, está muy por encima de la media de lo que solemos encontrarnos en la cartelera. Pero en una época en la que como consumidores audiovisuales estamos acostumbrados a las historias express, cuesta mantener la atención tanto tiempo seguido si la máquina no está engrasada a la perfección. Aunque vaya usted a saber, igual la intención de Fincher es hacernos reflexionar sobre la imperfección de la vida humana. De lo absurdo que es evitar a toda costa mirar a la muerte a los ojos. De lo aburrida que sería inmortalidad en los tiempos del botox. No sé, en mi caso no lo ha conseguido. Las buenas historias se quedan en la cabeza durante años y yo, dos semanas después de haberla visto, se me ha olvidado casi por completo. Pero claro, uno también es imperfecto. Y mucho. Prueben ustedes su propia suerte. 6

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Publicado por
Claudio M. de Prado