‘Ponyo en el acantilado’ comparte muchas cosas con ‘El castillo ambulante’. Los fans de la animación japonesa (a.k.a. «esos dibujos animados que tanto te gustan, a ver si creces») reconocerán inmediatamente al Mago Howl y a la Bruja del Páramo. Y por supuesto, se quedarán embobados con el universo acuático, muy similar al que ya se veía en su anterior filme.
Como en toda su filmografía, en ‘Ponyo en el acantilado’ no hay buenos ni malos. Miyazaki vuelve a huir como de la peste del maniqueísmo, y nos presenta a cuatro personajes principales con una idea en la cabeza, luchando para conseguirla, muchas veces perjudicando (sin querer, se entiende) a los demás. Del mismo modo, parte de la acción transcurre con un personaje que inicia un viaje hacia lo prohibido, pese a los intentos de su entorno de evitarlo. Un viaje que, evidentemente, trae consecuencias, daños colaterales para los demás.
Y como siempre en las películas de Miyazaki, el final es estremecedor, fascinante y a la vez emocionante. Una película genial, ideal para volver a recuperar la ilusión de ir al cine de cuando éramos pequeños porque, además, se trata de una de las películas más infantiles del japonés. 8