Es caso es que Michael Jackson ha muerto y, curiosamente, los mismos que hace unos meses se burlaban de las miserias del cantante lloran ahora desconsolados por la desaparición de un mito que se antojaba eterno. Convertidos todos en plañideras del nuevo milenio que se lamentan al saber que nunca podrán disfrutar del original en un mundo fagocitado por las copias y las imitaciones. ¿Si no a santo de qué viaja la gente a París para ver a Mona Lisa pudiendo comprar una postal baratita con la misma imagen en cualquiera papelería?
Sí, desde ya, la humanidad se divide entre los que vieron a Michael en directo y los que no. Y no hay fortuna en el mundo capaz de cambiar esta realidad. No me extrañaría que incluso algún avispado empresario sacara en breve a la venta camisetas con las frases “Yo sí” o “Yo no”. Prendas con las que presumir en público de nuestra pertenencia a uno de los dos bandos como ya hiciéramos hace años con los equipos Jolie y Aniston, demostrando que si no nos posicionamos reventamos. Yo en su momento elegí a la Jennifer. Con Michael no me quedaría más remedio que comprar la del “Yo no”. ¿Soy por ello un ser inferior? Pues no, porque sin rubor admito que aunque no te conocí en directo, Michael, te agradeceré por siempre el número ilimitado de recuerdos absurdos relacionados con tu vida que se almacenan en mi cabeza. Datos que forman un suculento colchón de inútil cultura pop con la que tarde o temprano ganaré partidas al trivial o rellenaré horas y horas de vacías conversaciones de madrugada.
Nunca olvidaré que tú fuiste el primero en utilizar la técnica de Morphing para el vídeo de ‘Black or White’ con el que los apasionados de los efectos especiales mojamos las bragas mucho antes de que ‘Terminator 2’ cambiara para siempre el universo de los FX. Tú fuiste el que encargaste a los estudios de Stan Wiston un Alien Reina a tamaño real para luego devolverlo porque no daba tanto miedo como el que salía en la película de James Cameron. Fíjate, siempre me sorprendió que el Rey del espectáculo no supiera que en el cine todo era mentira….
Por tu culpa, y no de Marco, taladré el cerebro a mis padres pidiéndoles que me trajeran de Gibraltar un mono de mascota que evidentemente nunca llegó. Por tu amistad con dos ídolos infantiles que creía reales como E.T y Macaulay Culkin descubrí lo que es la envidia más mala y perversa. A tu costa me he descojonado con uno de los mejores chistes en la historia de ‘Expediente X‘, tú te has sabido reir de ti mismo en ‘Los Simpsons’, y supongo que no te haría ni puñetera gracia la mejor parodia del cine absurdo que un doble tuyo protagonizó en “Scary Movie 3’. Mi primera bronca periodística me cayó por escribir mal tu nombre y, aunque fue un despiste, desde entonces siempre lo compruebo diez veces antes de publicar. A ti te debo que en los portales con largos pasillos de mármol deslizante me desplace haciendo el Moonwalker y que cuando me toco los huevos nadie me mire mal si inmediatamente suelto un gritito de los tuyos porque ya no me estoy rascando mis partes sino imitándote. Incluso he batido récords de puntuación en ese videojuego que consistía en recoger con una cesta los bebés que tirabas por la ventana de un hotel…
Confieso que has sido objeto de algunos de los chistes más negros y absurdos que esta boca ha soltado, pero no por ello me siento menos legitimado a lamentar tu desaparición. Todo lo contrario. Nunca olvidaré el día que sentado en un banco en un parque con mi hermana, fumando un cigarro de esos que ya no saben a nada, divisé a lo lejos una persona que se acercaba vestida con sombrero, cazadora de cuero plástico roja, camiseta blanca, pantalones negros pesqueros, calcetines blancos y unos zapatos brillantes oscuros. “Mira, por ahí viene Michael Jackson”, dije yo. “Anda cállate y ponte las gafas, guapo, que ése que viene por ahí es tu madre”, soltó mi hermana. Y era verdad. Pero lejos de ocultárselo, no sé por qué ni con que intención, cuando se acercó a nosotros se lo dije. “Mamá, hoy vas vestida de Michael Jackson”.
No se enfadó. Y si una madre no te suelta un sopapo después de haberla comparado con Jacko, es que ése Jacko es grande. Muy grande. ¿Quién más tiene imitadores involuntarios perdidos por las provincias españolas?