¡El soplón!

El de Soderbergh es un caso extraño en el cine contemporáneo, puesto que hasta el momento sus películas (sé lo creído y pretencioso que puede sonar la siguiente afirmación) nunca han defraudado al una vez mediocre aspirante a cineasta, uno más de tantos, que esto escribe. Creedme cuando digo que son muy pocos los directores cuya filmografía me parezca impecable, no tanto por culpa de mi inherente naturaleza crítica, como por la imposibilidad factual de cualquier artista de mantener una carrera coherente y sin tropiezos. Máxime si hablamos de un director de culo inquieto acostumbrado a parir, mes arriba mes abajo, una película cada año.


En esta ocasión, después de revisitar la figura del Che Guevara, y a la espera de que alguien se atreva a distribuir por aquí ‘The Girlfriend Experience’ (cinta de bajo presupuesto ambientada en el mundo de la prostitución de lujo de Nueva York), Steven Soderbergh nos habla de Mark Whitacre, miembro destacado de una gran corporación de la industria agroalimentaria que incomprensiblemente se olvida de los cientos de miles de dólares que gana al mes para convertirse en soplón del FBI y así destripar una conspiración mundial. La historia real de un personaje, construido con más aristas de las que creemos ver, interpretado por Matt Damon, que a pesar de sus motivaciones y su sobrepeso se parece más a Tom Ripley que a Jason Bourne.

Supongo que sobre el papel la historia bien podría parecer digna del guión de cualquier telefilme dominguero. Aunque también lo parecía ‘Erin Brockovich’ y ahí están sus nominaciones al Oscar y otros tantos premios más. Pero con esto no quiero decir que unos galardones sean garantía de calidad, sino que como en el caso de aquella película protagonizada por Julia Roberts, con la que por cierto comparte muchas similitudes ‘¡El soplón!’, son los recursos del director, su toque especial, los que hacen grande el producto final.

Porque sabemos de sobra que son muchos lo departamentos que participan en la producción de un largometraje. Y aunque merecen una mención especial los responsables de dirección artística por su fiel y austera reproducción de la evolución tecnológica en la década de los 90, insisto en dar todo el mérito al sabio oficio de Soderbergh, aunque sólo sea por haber conseguido que por fin una voz en off constante sea de todo menos barata, chirriante e innecesaria. Así que dejemos que sea el efecto de constante Déjà vu el culpable de rebajar la nota.6

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Publicado por
Claudio M. de Prado