Celda 211

Los españoles tenemos que tener por defecto un gen malvado que nos distingue del resto del mundo, una mala baba latina y fría, exclusiva, capaz de conectar visceralmente con ese diablo interior del miedo universal. Sólo así me explico que los dos últimos grandes locos paridos por el cine tengan DNI patrio. Uno es el Javier Bardem de ‘No es país para viejos’. El otro, con perilla frondosa en lugar de pelo príncipe de Beckelar, es Luis Tosar, ‘Malamadre’, el hijoputa hipnótico de ‘Celda 211’, un desahuciado social cuya sola mirada te deja clavado en la butaca preocupado por hacer el menor ruido posible, no sea que se despierte la bestia. Un bruto que acojona porque lo comprendes. Y eso, dar vida más allá del estereotipo, no lo consigue cualquiera. Sí, el actor gallego, experto en esto de encarnar personajes cuya psicología asusta más que el más largo de los cuchillos empuñados, es sin duda el principal responsable de que este thriller sea el merecido taquillazo en el que se ha convertido. Que no el único.


Desde luego que lo de Daniel Monzón tiene cojones. Criado en el lado más chupóptero y parásito del séptimo arte, este de la crítica, el pobre ha tenido la mala suerte de tardar demasiado en encontrar la voz de su arte. Su corta filmografía parecía destinada a condenarle al limbo de los hablan de aquello que no saben hacer nada. Uno más de tantos. Pero el genio ha despertado, esperemos que no para mostrarse como flor de un día, y se ha marcado una de esas rarezas que no sólo son buenas, sino que además conectan con el público, que después de todo es de lo que esto se trata. Sin él, ‘Celda 211’ podría haber sido otro buen guión adaptado de una buena novela muy mal rodado. Pero el ritmo, inusual por estos lares, demuestra que Monzón sabe el oficio que se traía entre manos. Demuestra que la tensión, la atmósfera opresiva sin concesiones, no se consigue por causalidad ni de manera totalmente gratuita. El mallorquín se lo ha trabajado, se ha arriesgado y ha ganado. La secuencia que da inicio al filme, visualmente agresiva, directa al grano, es el ejemplo perfecto.

En ‘Celda 211’ se cuenta la historia de Juan (Alberto Ammann, que parece Félix Gómez pero no), un funcionario de prisiones que se presenta en su nuevo destino un día antes de su incorporación oficial al puesto. Allí sufre un accidente minutos antes de que se desencadene un motín en el sector de los presos más temidos y peligrosos. Desmayado y abandonado por sus futuros compañeros, Juan, al despertar, tiene que hacerse pasar por un preso más de los amotinados si quiere salir de allí con vida. ¿Sencillo, verdad? Pues no, puesto que a lo largo de la película se plantearán una serie de dilemas morales que obligan a decidir a un espectador que nunca tendrá muy claro de qué lado ponerse. Sin trucos baratos ni manipulaciones, que es lo que más se agradece. En el filme nadie responde preguntas, sólo te las plantean, que al fin y al cabo, presos y vigilantes, todos somos la misma mierda.

Más allá del dúo protagonista, mención aparte se merecen los secundarios y extras de la película. Sin contar el momento Robocop de Antonio Resines, el resto de personajes resuelven a la perfección la difícil tarea de servir de comparsa al Tosar que todo lo abarca. Desde Luis Zahera, Manuel Monzón y Carlos Bardem, pasando por todo el elenco de presos reales que hacen de extras, el cuerpo actoral se merece un premio de esos que destacan el reparto de una película entera. Lo que pase en los próximos premios Goya todavía es un misterio, pero entre ‘Celda 211’ (a pesar de un epílogo final que no está al nivel del resto del metraje) y ‘After’, hay que quitarse el sombrero por la buena cosecha nacional de esta segunda mitad de año. Mi mano derecha porque así fueran todas. 8

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Publicado por
Claudio M. de Prado