Nominados a los Goya: ‘El secreto de sus ojos’

A buenas horas, mangas verdes. Pues sí, meses después de su estreno llegamos ahora nosotros a comentar, por ejemplo, el último filme de Campanella. Y lo hacemos entonando el mea culpa, que no tiene perdón haberse dejado casi escapar una de las mejores películas que, haciendo honor al título, estos ojos han visto en mucho tiempo. Confieso que todo es culpa de los malditos prejuicios que enturbian el juicio, de la manía más o menos injustificada que se le puede coger a ese cine argentino tan ducho en el arte de la verborrea y el sentimentalismo facilón. Reconozcamos que la culpa es compartida. Ese cartel y ese título hacen flaco favor a la hora de llamar la atención del espectador. Muy poca justicia a la historia que anuncian. «Tienes que verla», nos decían sin parar. «Que sí», respondíamos como el que contesta a una madre pesada. Y por fin nos levantamos del sillón para horas después caernos de rodillas, que es lo menos que se puede hacer cuando uno está en presencia de una obra maestra.


‘El secreto de sus ojos’ posa su acertada mirada en los hombros de Benjamín Espósito (Ricardo Darín), un secretario de un Juzgado de Instrucción de la Ciudad de Buenos Aires que está a punto de retirarse y decide escribir una novela basada en un caso que lo conmovió treinta años antes para completar los huecos de una vida llena de nada. En su empeño se ve obligado a traer al presente la violencia de aquel crimen junto a unos sentimientos contenidos durante décadas hacia la que fuera su jefa y compañera, a su otra obsesión paralela, Irene Menéndez (Soledad Villamil), jueza amante de mantener las puertas abiertas y guardar máquinas de escribir con la letra A estropeada. Y así, bajo esta premisa en apariencia tan sencilla, Campanella vomita toda su sabiduría cinematográfica para jugar con nosotros haciéndonos saltar adelante y atrás 25 años, sin trucos y sin que apenas nos demos cuenta.

Soltando cabos que tarde o temprano se cierran. Juntando las piezas de un puzzle con tantas piezas como capas desarrolla una trama que cabalga sin desbocarse entre el mejor thriller criminal y la historia de amor desgarrada. Aunque es posible que no sea hasta un segundo visionado cuando descubras la precisión narrativa de Campanella. El cabrón lo encaja todo. Todo. Y nunca chirría. Qué envidia, coño. Claro que cómo mueve la cámara y cómo planifica la puesta en escena tampoco es ninguna tontería. El falso plano secuencia que empieza en el cielo sobrevolando un partido de fútbol y acaba con alguien tirado en el césped frente a la portería es desde ya parte importante de la historia cinematográfica.

Pero nada de esto serviría sin el trabajo actoral, empezando por el duelo entre Darín y Soledad Villamil que, cada vez que aparecen juntos, desearías quedarte escuchándolos toda la vida. Hablan, sí, y mucho, pero hay algo que sólo los más que buenos consiguen, que es contarlo todo con la mirada. Podrían quitar el sonido de la película y aun así te los creerías. Hacía tiempo que nadie miraba como Soledad Villamil. El elenco de secundarios tampoco se queda corto, destacando sobre todos Guillermo Francella, amigo y tormento de Darín y uno de los divertidos con el fondo más triste de la historia.

Gane o no gane Oscar y Goyas, que se los merecería más que ninguna otra, tened seguro que ésta es de esas que marca al que la vea. Si te quedas en la superficie la disfrutarás y punto. Pero si te permites el lujo de abandonar la pose y te dejas llevar, descubrirás que detrás de tanto formalismo académico, incluso a pesar de ese truco final que enturbia un poco la inteligencia de la película, estás ante una de las mejores disertaciones rodadas sobre esto que nos empeñamos en llamar naturaleza humana. 9,5

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Publicado por
Claudio M. de Prado