¿Por qué el director Oliver Parker ha desperdiciado esta oportunidad? Por optar por la opción más cómoda y codificada: el cine de terror de baja intensidad. El autor de dos correctas adaptaciones de obras de teatro de Wilde, ‘La importancia de llamarse Ernesto’ y ‘Un marido ideal’, simplifica el original literario convirtiendo a Dorian Gray en un psychokiller victoriano que hace de las suyas por un Londres digital. El problema es que sus fechorías ni dan miedo, ni inquietan, ni nada. No interesan. Parker evidencia una personalidad artística timorata al quedarse a medio camino de cualquier propuesta interesante: ni traslada palabra por palabra toda la complejidad de la obra de Wilde, ni le traiciona a sabiendas creando un verdadero serial killer de época de latente homosexualidad.
El resultado de todo este cúmulo de temerosas decisiones es una película de una tibieza bostezante, de caligrafía desganada y funcional, con unos reguleros efectismos sonoros (esos gemidos-gruñidos del retrato), una chapucera ambientación digital, unos molestos subrayados para espectadores con déficit de atención y un anodino sentido de lo fantástico como género cinematográfico. Al lado de esta adaptación, la tosca descontextualización del personaje llevada a cabo en ‘La liga de los hombres extraordinarios’ resulta hasta divertida. 3.