Pero hay más. La revolución sexual y social (gerontológica) que ha supuesto la aparición de la viagra es otro tema apuntado en el filme que está esperando a alguien con talento que lo desarrolle. Y no digamos la crítica a la industria farmacéutica, aquí mostrada con tibieza, y que daría para volcar litros y litros de bilis cómica. En fin, que una lectura posible de ‘Amor y otras drogas’ es la de la crónica de un fracaso: el catálogo de oportunidades perdidas, relegadas a notas a pie de página del anodino discurso dominante.
¿Y cuál es ese discurso dominante? El de la comedieta romanticona al uso. Según los responsables de la película -con el insulso Edward Zwick (‘Leyendas de pasión’, ‘El último samurai’) a la cabeza- eso no es así. Para ellos, ‘Amor y otros drogas’ no es otra-estúpida-comedia-americana.
¿Qué razones dan para ello? Principalmente tres: 1) el tratamiento adulto de las relaciones de pareja, 2) la crítica hacia la industria farmacéutica, y 3) el sustrato dramático en forma de enfermedad terminal. Pero, 1) no basta con sacar desnudas a dos estrellas -un musculado Jake Gyllenhaal y una anoréxica Anne Hathaway- para hacer un “tratamiento adulto de las relaciones de pareja”, 2) “la crítica hacia la industria farmacéutica”, ya lo hemos dicho, es tan tímida que acaba diluida, y 3) la enfermedad de la protagonista no hace sino perjudicar el tono cómico de la película, manchándola de una capa sensiblera digna del peor telefilme de sobremesa. Si esto es el paradigma de una comedia poco convencional, mejor nos quedamos con otra-estúpida-comedia-americana. 3.