La directora Debra Granik, consciente de esa asociación, empieza su adaptación de la novela de Daniel Woodrell (cabeza visible del llamado country noir e inédito en España) jugando con esas expectativas, con esas ideas que resuenan en el inconsciente colectivo cinéfilo (y cinéfago). El camino que lleva a la adolescente protagonista (una conmovedora Jennifer Lawrence) en busca de su padre está plagado de personajes enraizados en las profundidades del gótico americano, de comunidades endogámicas que vomitan seres de pesadilla (a veces al borde la caricatura) que amenazan con devorarla.
Pero durante ese viaje entre laboratorios clandestinos de crack y ranchos llenos de basura emergen, como el secreto que guarda el lago de la comarca, las verdaderas intenciones de la directora: el retrato casi antropológico de una comunidad de marcada identidad, el mapa de la geografía humana de las montañas de Ozark (Missouri). En el esfuerzo de Ree por no perder la casa y sacar adelante a su familia palpita el fracaso de una generación, la de los padres corrompidos por la falta de expectativas laborales y el consumo y tráfico de drogas de fabricación casera. Y en las músicas y canciones folclóricas, que como signos de puntación oxigenan la sombría trama, resuenan los lamentos de un pasado, la añoranza de otros tiempos quizá no más prósperos, pero sí menos crueles y desolados. 8.