SinSal San Simón 2011



Imaginad el plan: una isla, un festival para 450 personas, un cartel de gourmet, tres escenarios en entornos naturales y un día fantástico (incluso en exceso). Tras el éxito de convocatoria de la actuación de Ariel Pink’s Haunted Graffiti el año pasado en la isla de San Simón (que a lo largo de su historia ha tenido un sinfín de usos, pero que ahora se utiliza principalmente para acoger eventos culturales), la tentación de llevar algo más allá de sus posibilidades como recinto de conciertos inspiró a la organización del SinSal esta extensión de sus actividades, un festival atípico, irrepetible (ojalá que no), donde se prefiere calidad a cantidad, se mima con gusto exquisito el detalle y se procura con empeño el bienestar de artistas y público, incluso cuando sobre la marcha surgen inevitables problemas logísticos (por ejemplo, a media tarde, el drama de que se acabaran las cervezas fue zanjado de inmediato con la posibilidad de devolución de tickets).


Huir de la tendencia actual a la masificación, al borregueo y a la caja fácil probablemente no se salde con un beneficio económico para la organización pero, a cambio, va a ser difícil borrar el placentero recuerdo que deja el SinSal e imposible afrontar el resto de festivales de este verano sin que sea referente en las comparaciones. Y resulta que eso es, en realidad, lo peor que se puede decir del SinSal San Simón.



El retraso del penúltimo barco hacia la isla (el último sería ya por la tarde) provocó que algunas personas se perdiesen gran parte del concierto de 2us, un dúo (aunque en la práctica es trío) que mezcla jazz con música popular en una línea muy Mastretta. Más acertados en su música que en los speechs entre canción y canción, 2us inauguraron un escenario Paseo dos Buxos en el que costaba respirar por culpa del calor, muy a pesar de las sombras de los árboles que lo rodeaban.



La interacción con el público tampoco fue el fuerte de The Marzipan Man, quien se limitó únicamente a gesticular y amagar gags físicos. Descalzo, con la única compañía de su guitarra y con su delicado hilo de voz, fue desgranando cuentos de sus dos trabajos (como ‘Sometimes’ o ‘I’m Free After All’) en un concierto cortísimo que remató con una versión descafeinada de ‘Suzanne’. Luego, Jordi Herrera, casi como un personaje de sus canciones, se camufló en el paisaje y no fue raro encontrárselo escondido en cualquier rincón de la isla trasteando con su tablet.



Tras la calma, Mwëslee, agradecido por pinchar a escasos metros de su casa, Redondela, prometió ruido, pero los problemas técnicos (¿provocados por la temperatura?) se lo pusieron difícil, cortando hasta dos veces el flujo. Con todo y muy a pesar de la hora punta de calor, levantó a los presentes en una curiosa sesión vermú de la era moderna.



Cambio de isla (la de San Antón, comunicada con San Simón por un puente) y cambio de escenario. Como hacía viento y el follaje era más tupido, se agradeció pasar la hora de la siesta allí. Las primeras en subirse al estrado fueron Murmel (con acento en la r) Bruxas, con una propuesta entre la performance y el musical bastante olvidable en su conjunto, a pesar de la calidad de las voces y de lo simpático de algunos momentos.



Mayor interés despertó Jane Joyd (a.k.a. Elba Fernández). A Jane Joyd se la compara frecuentemente con Russian Red y en cuanto abre la boca uno se da cuenta de que no hay color. Su voz es firme y tiene recursos y su música hurga más profundo. Acompañada de un batería, fue sin embargo en una de los dos canciones en las que prescindió de él cuando se vivió uno de los momentos que más se recordarán del festival: el silencio de público y viento durante su impresionante versión de ‘The Wolves’ de Bon Iver. Ojo con ella.



A Bflecha tampoco hace falta descubrirla porque está ya en boca de medio mundo. En directo demuestra lo que su EP hacía sospechar: que esta gallega tiene una proyección de futuro impresionante. Como una Guincho del tecno pop, levantó un escenario demasiado calmado hasta el momento y remató el concierto con las castañuelas del ‘Kosmic Lovers’, su gran hit hasta la fecha.



The Kellies tomaron el relevo y apelaron a la diversión, incitando constantemente a la gente a bailar y dejarse llevar. La música de las argentinas (que llegaron a San Simón como trío) no aporta, sin embargo, nada nuevo al prototipo de banda noise de chicas, si acaso menos prejuicios a la hora de abordar el género y mayor descaro en escena, el mismo que mostraron en los posteriores conciertos ya como público. Sorprendentemente, en directo sonaron infinitamente mejor que en disco.



El retraso en el escenario San Antón provocó el solape de The Kellies con Wooden Wand ya de vuelta en el Paseo dos Buxos. Muy íntimo, para apenas 30 personas, apenas hubo tiempo de escuchar la propuesta James Toth, pero quienes asistieron a su concierto íntegro aseguran que fue otro de los grandes momentos del festival. 



En el escenario Illa de San Simón, Laetitia Velma estuvo bastante floja. A su lado, Dominique A, igual de cómodo en su papel de mero acompañante que en sus propios conciertos, o luego como fan de Buke and Gass (fue el primero en lanzarse a saludarlos tras el concierto de los americanos), ofreció los mejores momentos de un recital donde no acabaron de convencer ni las canciones ni la voz destemplada de su protegida.



Buke and Gass fueron la gran sorpresa y el descubrimiento del festival. Con instrumentos modificados, un ukelele (Buke) y un híbrido entre bajo y guitarra (Gass), apoyados en percusión que tocan ellos mismos con los pies, Buke and Gass avasallan con un arrollador sonido de ritmo inconstante a medio camino entre el folk americano y el rock duro. Arone Dyer, parlanchina y divertida, y con un timbre de voz espetacular, se metió al público en el bolsillo con una broma sobre su chapuzón en la isla. Tampoco hacía falta porque se habían ganado al respetable desde el primer acorde.



Las actuaciones de Fat32 y Secret Chiefs 3 aparecían en cartel como un versus, pero o me perdí esa parte o no entendí bien el concepto, porque sus actuaciones estuvieron perfectamente delimitadas. También es cierto que la de Fat32 (algo semejante a un jam session de sintetizadores y batería que por veces parecía la banda sonora de unos dibujos animados esquizofrénicos) se solapó con la de Buke and Gass y la de Secret Chiefs 3 acabó perdiendo interés a medida que repetía canción tras canción su tampoco demasiado original mezcla de rock duro con arreglos de regusto oriental.

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