Apuntes sobre Amy, la persona y el personaje

Pese a los miles de artículos en todos lados sobre el tema, me gustaría apuntar algunos detalles como reacción al fallecimiento de Amy Winehouse. Una muerte que, de alguna manera, me llega de una manera más especial que la de otras personas famosas (pensemos, por ejemplo, en Michael Jackson) a los que no pude seguir tanto la pista, que “ya me encontré así”, a los que descubrí antes como personaje que como otra cosa.


Conocí las canciones de Amy Winehouse en otoño de 2006, en cuanto salió ‘Back to Black’, cuando Jaime Cristóbal (Souvenir) programó ‘Rehab’ en su Popcasting. Desde la primera escucha, me quedé maravillado por lo que me pareció ser una actualización realmente excitante del sonido más oscuro de los grupos de chicas de los 60. Lo mejor era que no sonaba a revival. No pude dejar de escucharla en bucle durante varios días.

Después me fui adentrando en el disco, al cual califiqué como el mejor del año unos pocos meses después. Hoy en día no me arrepiento y me sigue pareciendo el mejor disco de los que he escuchado publicados ese año. También lo incluí como el tercer mejor disco de la década en esa particular lista que todos hicimos hace año y medio.
Una de las canciones que más me gustan de ‘Back to Black’ es la que le da nombre al disco, la cual me parece desde siempre, muy arrebatada, muy propia de Mina o de otras cantantes de canzone de la época. Por como ella la alteraba en directo y por cómo el productor Mark Ronson volvió a utilizar muchos de los recursos del Morricone más pop en, por ejemplo, el segundo disco de los Rumble Strips, sospecho que no era sólo cosa de Amy. En cualquier caso, creo que ella cumplió con creces su parte del trato en ese tema maravilloso e inmortal.

Aunque Amy Winehouse era por entonces relativamente conocida en el Reino Unido (salía en las revistas musicales y su primer disco, que no me gusta demasiado -tal vez debería revisarlo-, ‘Frank

‘, optó a un Mercury), no fue hasta bien entrado 2007 cuando, tras una progresiva campaña de promoción en todo el mundo, se convirtió en una celebridad. Por ello, tanto su música como las historias sobre su vida empezaron a aparecer por todas partes. Afortunadamente, muchos pudimos engancharnos a su música en los meses de tregua previos a su explosión. Comprendo que después era más difícil no partir con más de un prejuicio.

Hasta entonces, conocía algunos detalles de su personalidad que me parecían curiosos y, en cierta manera, completaban de manera anecdótica y secundaria el cuadro presentado por la música. Pero siempre marcando distancias entre obra, persona y personaje.

Sin embargo, el aluvión de noticias morbosas sobre sus problemas de salud o sus innumerables adicciones se me hacían insufribles. No por las noticias en sí (que bueno, eran cosa suya, no creo que nadie le obligara a ello), sino por el trasfondo que se podía intuir: «Mirad, chicos, qué mala vida. Esta es una artista de verdad, que sufre, como Lady Day o Robert Johnson». Oh, c’mon.

Su prematura muerte no ayuda mucho a que ese bochornoso estereotipo de artista romántico y atormentado (y por lo tanto, bueno y –glups- “auténtico”) no se perpetúe. No se me ocurre nada peor para quienes evitábamos enfrentarnos a la imagen que se proyectaba de Amy como metáfora de “la capacidad destructiva del arte apasionado”.

Al final, me parecería mucho más justo que pasara a la historia por ser una persona que ha conseguido que sus maravillosas canciones -sobreexpuestas, descontextualizadas, salpicadas por sus errores y los errores de los demás- nos sigan gustando, años después, pese a todo.

Me temo que no será así. La figura del mito es demasiado tentadora.

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Publicado por
Carlos Úbeda