Al director Marcus Nispel se le puede acusar de muchas cosas –su ristra de truños es casi tan larga como su barba- pero no de incoherente. Ha dirigido la película que hubiera realizado un bárbaro: sangre (mucha), sexo (algo), gritos (constantes) y hostias (como panes). La típica serie B hipertrofiada que tiene la misma anorexia argumental que el modesto cine de espada y brujería ochentoso –‘El señor de las bestias’ (1982), ‘Ator el poderoso’ (1982), ‘Cromwell, el rey de los bárbaros’ (1982) y joyas camp como ‘Barbarian Queen’ (1985)- pero mucha más producción y, lo que es peor, duración. A la tercera somanta de palos ya estás buscando la luz verde de salida para escapar corriendo en dirección contraria a los cines donde pongan la película.
A diferencia de la estrategia seguida por Zack Snyder en ‘300’ (2006), que actualizaba un género como el peplum adaptándolo a una sensibilidad contemporánea (aunque con el cómic ya tenía mucho trabajo hecho), Marcus Nispel pretende colarnos una película que en los 80 estaría destinada a cines o videoclubs de barrio como si fuera el acontecimiento cinematográfico del verano. Pero no, no cuela. Como pasó con el horrible remake de ‘Furia de Titanes’, ‘Conan el Bárbaro’ ha nacido ya vieja. Serie b “como la de antes” que es imposible tragarse ahora.
Eso sí, por lo menos tiene dos secuencias que la salvan del cero: el brutal nacimiento de Conan en plena batalla, por medio de técnicas quirúrgicas en consonancia con el contexto, y el humor cafre de la escena de la nariz. Bárbara, bárbara. 2.