El descubrimiento de R.E.M. marcó la adolescencia de al menos una generación (probablemente alguna más) entre los 80 y los 90. El grupo ejercía de puente perfecto entre el tipo de música que le puede gustar a todo el mundo y el fascinante mundo underground del que provenían. Cada cual tomó la decisión de quedarse en la superficie de ‘Losing My Religion’, ‘The One I Love’, ‘Fall On Me’, ‘Everybody Hurts’ y ‘Shiny Happy People’ o sumergirse de lleno en lo que ofrecía la banda. Primero podías hablar con los compañeros de instituto sobre lo que significaba el nombre del grupo, después pasabas horas rallado intentando comprender esas letras jeroglíficas jamás (hasta ‘Up’) incluidas en los libretos, leías comparaciones con T. Rex, The Byrds, Television, Sonic Youth… y los descubrías a través de ellos. R.E.M. fueron uno de esos grupos de culto en torno a los que se abría un universo musical y artístico sin fondo.
Es imposible no sentir cierta nostalgia de aquellos días en que la banda construyó una enorme base de fans que les ha seguido hasta hoy, 20 ó 30 años después. La rapidez con que las modas (y los grupos) aparecen y desaparecen hoy en día en internet hace que parezca difícil que puedan existir grupos que arrastren a tal número de gente durante décadas. ¿Lo lograrán los ya masivos Arcade Fire? ¿Serán capaces de hacer 10 discos buenos Coldplay? ¿Cuánto durarán Radiohead? En los tiempos en que las redes sociales matan a los clubs de fans y los continuos BNM mandan a la papelera de reciclaje el disco de la década de la semana anterior, casi me parece irreal haber estado en una tienda de alquiler de CD’s (juro que esto existió) con un par de monedas de veinte duros para grabarme ‘Out of Time’ y ‘Automatic for the People’… para después quemarlos durante semanas, meses, años, décadas.
La obsesión en torno a sus canciones de sabor a radio universitaria americana, con letras que hablaban sobre tomates tristes, gatitas, ambigüedad y fin del mundo, me llevó a gastarme el dinero que no tenía en verles en el Guti de Madrid, que siempre recordaré como el primer gran acontecimiento musical de mi vida. Tocaron los también extintos Manta Ray, Hole con una Courtney exultante subiéndose por todas partes, Placebo en su mejor momento, Orbital y, además de otros más olvidables, R.E.M. A pesar de cuánto evitaba la banda girar, nadie lo habría dicho por la entrega de sus miembros en aquel concierto, del que aún recuerdo como si fuera ayer, además de la obligada celebración colectiva de ‘Losing My Religion’, la desgarrada interpretación en vivo de ‘What’s The Frequency, Kenneth?’ o los pocos temas que sonaron del infravalorado ‘Up’, que dejaron ganas de más. Mejor todavía fue su set íntimo en la Sala Pachá, donde deleitaron al público con canciones inesperadas como ‘Begin The Begin’. Estaba claro desde cualquiera de sus vídeos, pero Michael Stipe no decepcionaba como rockstar ni siquiera teniendo que leer en un autocue esas larguísimas letras, casi imposibles de aprender de memoria, que él mismo había escrito.
Para los que alguna vez vieron en él un icono, para los que alguna vez imitaron sus inconfundibles pasos de baile en su cuarto, es un tanto irónico que la noticia de la separación de R.E.M. llegue exactamente el mismo día que la filtración a la prensa de sus autorretratos desnudo en Tumblr. Pero seguramente el grupo no se ha desnudado nunca tanto como en ese comunicado en el que hablan de su final, que suena a definitivo (los tres tienen más de 50 años, no los 30 que tenían por ejemplo los Pixies cuando se separaron), antes de que las cosas vayan a peor. Podrían haber callado durante un par de años para ver qué pasaba, pero han sido elegantes, los mejores, hasta el final. Quizá les haya faltado cierto punto de conexión con las nuevas generaciones, pero digan lo que digan, ‘Collapse Into Now’ es una despedida más que digna (esta semana andaba enganchado a la tontísima ‘Everyday Is Yours To Win’), tras la que es imposible no pensar que este año, como decía ‘Nightswimming’, septiembre ha llegado pronto. Demasiado.