Parapetado casi siempre tras el teclado, con el cual emulaba el órgano que tanto peso tiene en la banda, Roberts y compañía demostraron que tras el misterio y la propaganda hay algo real, unos chicos con ganas de darlo todo sobre un escenario, con una competencia en sus respectivos instrumentos que dio ese necesario empuje que necesitan las canciones para sonar creíbles. El público fue cómplice y unió fuerzas para corear y bailar temas como ‘LYF’, ‘Spitting Blood’ o ‘Dirt’. Muy especialmente, cuando sonó ‘We Bros’, la última del repertorio, el jolgorio fue generalizado. Tal vez hayamos escuchado propuestas parecidas a la suya, pero estos chicos merecen que se les preste atención. 7,5.