Una tercera fase viene de la mano de la documentación, cuando, sumergido en todo tipo de alteraciones sonoras, el disco se revela como una metáfora sobre la pérdida de valor de la música en la era digital. Hecker lo grabó en compañía de Ben Frost a lo largo de sólo un día en una iglesia islandesa, distorsionando con amplis de guitarras eléctricas, entre otras cosas, el sonido de un órgano. «Cathedral electronic music», lo llaman. De vuelta a casa le dio mil y una vueltas hasta dejar este instrumento, que en principio le resultaba tan fascinante, irreconocible.
Volvamos ahora a la foto de portada. O a ese gran título ‘Hatred of Music’. Pocas veces un nombre o una portada han resultado tan significativos como en este caso. En la imagen vemos a unos estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts lanzando un piano desde una azotea, siguiendo un ritual estudiantil que surgió en los setenta. ¿Son capaces las nuevas generaciones de distinguir el sonido de un piano real a través de sus cutre-reproductores que emiten archivos bajados de internet o están tirando el arte por la borda? ¿Sufre Hecker verdadero terror ante esta posibilidad y es eso lo que quiere transmitirnos a través de su música? ¿Es paradójico que se pueda construir belleza con semejante background? ¿Habría sido más ilustrativo publicar un álbum que fuera una porquería?
Más allá de coartadas intelectuales, el disco no resulta árido a pesar de su complejidad y el pueblo ya espera un nuevo lanzamiento relacionado, ‘Dropped Pianos’, con grabaciones realizadas durante la preparación.
Calificación: 7,6/10
Lo mejor: ‘In The Fog’
Te gustará si te gusta: irte a la cama con ambient a todo volumen en unos Sennheiser de 300 euros
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