El debut en el largometraje de Kike Maíllo, conocido por la serie de animación ‘Arròs covat’ (y por los videoclips de Manos de Topo), es un melodrama de ambiente eco-retro-futurista articulado por medio de dos ejes narrativos: un triangulo amoroso entre una mujer y dos hermanos, y la investigación para el desarrollo del primer niño androide.
El primero de ellos funciona de forma irregular. Contagiada por el paisaje nevado donde transcurre la película (también por eso “no parece española”), el drama que viven los tres protagonistas no acaba de cuajar y apenas traspasa la pantalla. Es más, está tan poco trabajado que parece una excusa, un anclaje argumental para sostener el segundo de los ejes narrativos: la reflexión sobre las implicaciones emocionales de la ciencia robótica.
Como buena película de ciencia ficción, ‘Eva’ está declinada en condicional. ¿Es posible que podamos establecer con las máquinas lazos emocionales tan poderosos como con los humanos? ¿Nos podremos enamorar o querer a un androide como si fuera tu pareja o tu hijo? ¿Cómo afectarán esas «nuevas» relaciones con seres tecnológicamente perfectos a las «viejas» relaciones con humanos imperfectos? ¿Se dará un fenómeno de progresiva sustitución?
‘Eva’ se adhiere a la corriente del cine de ciencia ficción que reflexiona sobre la “inteligencia artificial” y sus implicaciones a un nivel emocional. La película habita esa brecha filosófica que se abre en el salto tecnológico que va de la máquina servil a la máquina social, del robot-electrodoméstico al androide poseedor de inteligencia emocional. Una reflexión teñida de melancolía que formaría un estupendo programa triple con ‘Nunca me abandones’ (2010) y ‘Womb’ (2010): tres miradas al futuro a través de un cristal lluvioso. 7.