Empezamos con su última película. A pesar del buen recibimiento en Venecia y de contar con actores conocidos como Michelle Williams o Paul Dano, ‘Meek’s Cutoff’ tampoco ha conseguido un hueco en nuestra cartelera. Y es una pena porque estamos ante una de las propuestas más sugerentes de la temporada, una personalísima mirada al western como género y espacio de reflexión. Basada en los diarios que dejaron varias mujeres integrantes de la llamada “Caravana de Oregón” (formada por doscientas carretas que en 1845 fueron abandonadas en el desierto por su guía), la película toma la forma de una road movie minimalista (como todas las de Reichardt), despojada de todos los convencionalismos del western clásico. La directora se sirve del formato cuadrado (1:1,33) para sustraer a la película de toda épica y proponer una lectura femenina (el formato recuerda al estrecho campo de visión que tenían las mujeres con el gorro que usaban), misteriosa (el formato no permite anticipar lo que va a ocurrir tanto como el panorámico, sobre todo en el desierto), alegórica (con resonancias a la actualidad, un mundo regido por líderes que no saben a dónde van) y de un extraño y subyugante lirismo (la relación, a base de miradas, entre el indio y el personaje de Michelle Williams). Sin duda, uno de los grandes western de la posmodernidad.
Kelly Reichardt fue (re)descubierta cuando en 2006 arrasó con ‘Old Joy’ en el festival de Rotterdam (algo así como el Sundance europeo). La directora llevaba doce años sin rodar un largometraje. Pocos se acordaban de que Reichardt ya había llamado la atención en los 90, durante la efervescencia del cine indie cocinado en Sundance. Amiga y colaboradora de directores como Todd Haynes o Gus Van Sant, Reichardt debutó con la comedia ‘River of Grass’ (1994), convirtiéndose en una de las grandes promesas del cine indie femenino junto a otras debutantes como Lisa Cholodenko (‘High Art’), Mary Harron (‘I Shot Andy Warhol’), Rose Troche (‘Go Fish’) o Tamara Jenkins (‘Slums of Beverly Hills’). Pero, al igual que éstas -cuestión de género mediante- le fue imposible sacar adelante futuros proyectos, dedicándose varios años a la enseñanza.
Tras varios cortos y un mediometraje (‘Ode’), la vuelta de la Reichardt fue uno de los acontecimientos cinéfilos de ese año. ‘Old Joy’ es una de las buddy movies más tristes y dolorosas jamás rodadas. Como el agua de las termas de Bagby donde acaban su viaje los dos protagonistas (Daniel London y el cantante Will Oldham), la película está bañada por los vapores de la melancolía, por el anhelo de esa “old joy”, de esa vieja amistad, que ya nunca volverá. La directora, con la ayuda de la música de Yo La Tengo, consigue el milagro de hacer visible ese sentimiento sin apenas explicitarlo; con una historia mínima, introspectiva, que parece no contar nada pero lo está diciendo todo. Por eso, cuando ese sentimiento de pérdida se verbaliza, cuando el personaje interpretado por Will Oldham dice: “Te echo de menos, Mark. Quiero que seamos amigos otra vez”, retumba como un lamento cósmico, un dolor oceánico de una intensidad insoportable.
Quizá la película que mejor define su estilo y el de su guionista habitual, Jonathan Raymond. Como siempre, Oregón es el espacio geográfico y la road movie la figura estilística y narrativa elegida. En este caso una road movie interrumpida protagonizada por una conmovedora Michelle Williams atrapada en un pueblo por culpa de su coche averiado. Wendy, junto a su perra Lucy (la mascota de la directora, que ya aparecía en ‘Old Joy’), va camino de Alaska en un viaje que tiene tanto de huida existencial como de pura supervivencia económica (espera trabajar en una fábrica de conservas de pescado). De viajar a Alaska, Wendy acaba “viajando” a su pesar por un pequeño pueblo zarandeada por los avatares del destino. Con la crisis económica como telón de fondo, Wendy es como una heroína del cine de los Dardenne, una Rosetta americana que lucha con todas sus fuerzas contra la soledad, el desarraigo y el determinismo social. Una lucha abocada al fracaso concentrada en un único plano: la renuncia destilada en las lágrimas de Wendy mirando a su perra Lucy a través de una reja.