Tres fueron los bloques en los que Sakamoto dividió su set, que se fue fraguando poco a poco. El primero, al piano, sirvió para calentar y para que tuviéramos que contener el aliento. Poco a poco dejó paso al violín en el segundo tema, dando la entrada definitiva en el tercero al chelo de su conocido colaborador Jacques Morelembaum. Estos momentos iniciales se vieron ligeramente ensombrecidos cuando el público la tomó con un fotógrafo que prolongó en automático el disparador de su cámara, con las consiguientes molestias en una sala con muchas ganas de quedarse embelesada por el concierto.
En el segundo, Sakamoto, en solitario al piano, interpretaría algunas de sus composiciones de mayor complejidad melódica. Era entrañable verle encorvado sobre su instrumento e imaginar que estaba en su mesa habitual de trabajo, ilusionado ante las notas que se fundían en ascenso con el silencio de la sala. En un tercero, se retomó el formato de piano, violín y chelo coreografiando luz y velocidad en canciones instantáneas y muy celebradas como ‘Forbidden Colours’, en la que era fácil recordar y echar de menos la voz de David Sylvian, el tema principal de la película ‘Merry Chritsmas Mr. Lawrence’ o de ‘Tacones Lejanos’, en los que también entró en juego la iluminación. Después llegaron tres bises que, uno a uno, tuvieron que ser solicitados por una sala llena y que había agotado entradas hacía algunas semanas. Un juego atemporal sin obviedades y para contemplar sin miedo, aunque sacara al aire nuestra más profunda fragilidad. 9.