¿La represión de Hoover lleva a la opresión del FBI? Esa parece ser la tesis principal de la película. Un discutible determinismo, casi freudiano, que pone el acento en los aspectos más ocultos y esquinados de su personalidad para explicar un comportamiento reaccionario y tiránico. Una madre castradora, ultraconservadora y dominante (Julia Dench), que engendra a un niño apocado, tartamudo y (homo)sexualmente reprimido. Hoover (un Leo DiCaprio que parece recién salido de ‘El aviador’) “supera” esas trabas y se convierte en un hombre ambicioso, de verbo fácil y lengua afilada, y profundamente puritano. Un hombre temible y poderoso en la escena pública, patético y débil en la privada.
Estemos de acuerdo o no con esa tesis, lo más fascinante de la nueva película de Eastwood es su compleja estructura dramática. El director combina por un lado numerosos saltos temporales, en un arco histórico que abarca desde los atentados anarquistas de 1919 hasta la puesta en marcha por Nixon de lo que después se conocería como caso Watergate. Y por otro, los puntos de vista: el del propio Hoover, que dicta sus memorias a varios ayudantes, y el de su compañero y mano derecha Clyde Tolson (Armie Hammer, los gemelos de ‘La Red Social‘), que hace pedazos la imagen que su paranoico jefe se ha construido.
Aunque suene paradójico, esa valiente decisión narrativa también supone su mayor debilidad. ‘J. Edgar’ avanza de forma tan pesada como las toneladas de maquillaje que amenazan con ahogar en látex a los protagonistas. La cadencia habitual de los filmes de Eastwood se convierte aquí, por momentos, en una carga incómoda y fastidiosa. Ya no te acaricia a base de elegantes movimientos de cámara y conmovedoras notas de piano. Se te sube a la chepa y te fatiga como lo haría un Oliver Stone en pleno bajón. 6,5.