Por poco que le gustara, y aunque prefiriera hacer sus pinitos como actor de cine indie, la música era algo intrínseco en él y hacia 2000, animado por Geoff Travis de Rough Trade, comenzó a escribir sus propias canciones. Después de la muerte de su padre se trasladó a Texas para preparar el material de su primer álbum, ‘Len Parrot’s Memorial Lift’ (2002), para el que contó con las deslumbrantes colaboraciones de Geoff Barrow y Adrian Utley, de Portishead, y Richard Hawley. No había en este álbum apenas rastro que pudiera relacionarle, artísticamente, con el viejo líder de The Blockheads. Canciones como ‘Beneath The Underdog’, ‘Oscar Brown’ (con su fantástica coda recurriendo al ‘Oh Sweet Nuthin´’ de la Velvet), ‘Auntie Jane’ o ‘Gingham Smalls 2’ estaban en una peculiar órbita de rock psicodélico y atmosférico, que podía compararse con los primeros Grandaddy, descontando la sofisticación, y con un ambiente mucho más íntimo y pausado, una especie de melancólica resaca post-britpop. Dury se centraba en los teclados y apenas recitaba o se ocultaba tras un impostado falsete, cediendo protagonismo vocal a una tal Johanna Hussey. Su esforzado intento por esquivar sospechas de oportunismo post-mortem no tuvo un gran éxito, pero sí excelentes críticas.
No ocurrió lo mismo con su siguiente álbum, que no llegó hasta 2005. Quizá en tal retraso influyera el hecho de que, poco después de publicar su debut, conociera a una mujer (que luego descubriría que era nieta del cineasta húngaro Zoltan Korda) con la que tuvo una relación efímera que le dio un inesperado vástago. De sus infructuosos intentos por establecer una relación de pareja con ella y el shock de tener un hijo que no esperaba trata ‘Floor Show’. Bueno, de eso y de la cocaína, una droga tan directamente relacionada con su generación y el ambiente musical. ‘Cocaine Man’, por ejemplo, es bastante explícita en retratar las sensaciones del consumidor que nublan la verdadera mierda que ocurre a su alrededor. ‘Floor Show’ vuelve a ser un álbum nuevamente amargo y de un tono decididamente triste, aunque es mucho más uptempo que el anterior, con las guitarras eléctricas como protagonistas y un mayor sentido de banda de rock. No en vano, su grupo de entonces lo componían nada menos que Mike Mooney y Damon Reece, guitarrista y batería de Spiritualized durante la época de ‘Pure Phase’ y ‘Ladies And Gentleman…’.
Aunque en su momento no tuvo una reacción muy entusiasta, ‘Floor Show‘ contiene cortes formalmente tan incisivos y directos como ‘Francesca’s Party’, la mencionada ‘Cocaine Man’ (que alude de nuevo a la Velvet, ‘I’m Waiting For The Man’), ‘Lisa Said’ o ‘Sister Sister’ (que incluye un guiño a ‘Heroes’ de Bowie), pero con un fondo tan cetrino como las oscuras ‘Young Gods’, ‘Cages’ o ‘Waiting For Surprises’. Dury suena algo más convincente cantando, aquí sin apenas coros que le tapen o efectos en su voz, pero dejando claro que no es el vocalista agresivo y autoconvencido por naturaleza que era su padre. Tampoco hay apenas rastro del doctorado musical en música negra que Ian le brindó en su niñez, inculcándole el amor por el funk y el soul y defenestrando el rock blanco, empezando por los Beatles.
Después de producir algún álbum (el del francés Alister, ‘Aucun Mal Ne Vous Sera Fait‘ -2007-), involucrarse a fondo en el rodaje del biopic sobre Ian (‘Sex, Drugs & Rock & Roll’ -2010-) y colaborar en interesantes proyectos ajenos como Discodeine, Baxter comenzó a preparar su tercer álbum en Ibiza, rodeado de amigos y con el relajo que ya se intuye en esos seis años de lapso desde su predecesor. Pero ‘Happy Soup‘, un favorito de Almodóvar, bien ha merecido la espera. Se trata de su álbum más abierto hasta la fecha, abrazando al fin esa influencia negra en su música y dejando que la herencia del característico acento cockney de su padre pase a un primer plano. Se trata de un brillante disco de ese pop rock que ya apenas se hace en Reino Unido, en el que confluyen beat, ska, funk y hasta música disco, con el ya casi cuarentón cantando con más seguridad que nunca, incluso cuando se dedica a recitar cual Serge Gainsbourg. Y, en este caso, su Jane Birkin podría ser la australiana afincada en Londres Madelaine Hart, todo un descubrimiento que apoya a Dury en el aspecto vocal en todo el álbum, un complemento fundamental en su nueva dirección.
Aparenta ser más ligero y menos profundo que sus discos anteriores porque sustituye el poso taciturno y triste de aquellos por un sonido brillante, añejo pero excitante, de la mano de Craig Silvey (productor de su debut que luego ha trabajado con Arctic Monkeys o Arcade Fire). Además, está repleto de estribillos como los de los singles ‘Claire’, ‘Isabel’ y ‘Trellic‘, perfectamente secundadas por ‘Picnic On The Edge’, ‘Leak At The Disco’, ‘Afternoon’ o ‘Happy Soup’, retratos de la cultura popular británica similares a los que interpretaba Graham Coxon en los momentos más gloriosos de Blur, e incluso encontrando similitudes con los Metronomy menos sofisticados. De nuevo con el regusto amargo de la vida nocturna, el sexo efímero y las relaciones fallidas como ejes temáticos, Dury ha dado una nueva cara, tan fascinante y genuina como las anteriores. No importará mucho si tenemos que esperar otros seis años por un nuevo álbum, si los resultados son de esta brillantez. Este domingo 5 de febrero, inaugura en la madrileña La Casa Encendida el ciclo Soundays, un certamen en el que, por un módico precio, podrá disfrutarse en directo de propuestas tan diferentes como Maïa Vidal, John Duncan o Phronesis.