El setlist no tenía mucho misterio y no faltó ninguna de las mejores canciones de este notable álbum. De hecho, el nivel compositivo es tan alto que las más pegadizas, como ‘Dime qué vas a hacer’, ‘La reina’ o ‘Mala memoria’, no se veían obligadas a ocupar un lugar determinante abriendo o cerrando el show, entre alguna pista nueva a la altura o la versión de Daniel Johnston.
La incógnita era cómo había resuelto el grupo el cambio de cantante desde la última vez que los vimos en el pasado Día de la Música. El grupo se alejó considerablemente del sonido del disco para apostar en directo por una voz altísima y clara, que poco tenía que ver con la que suena en el disco, a menudo en segundo plano entre guitarras y arreglos. El lado malo es que su sonido no fue nada noisepop. El lado bueno es que Maite Rodríguez se consolidó como una cantante confiada, nada apocada y segura de sí misma -a veces incluso en exceso pero, mira, mejor-, todo ello muy poco habitual en el mundo alternativo patrio. Utilizó el violín sobre todo en las primeras canciones -suponemos que para ganar confianza-, pero después se desmelenó y bailó y cantó mientras entre el público se oían todo tipo de piropos -por llamarlos de alguna manera- para ella.
La sensación final es que, si bien en estudio apuestan por una producción más sucia más complicada para las masas, en directo lo tienen todo para dar el salto a la fama: el gancho de sus canciones, una interpretación más nítida y popera y también el carisma de su cantante y del guitarrista y compositor Israel Medina, que no para de bailar durante todo el set. Entendemos lo de Triángulo, ¿pero Reina Republicana? Si no son famosos es porque no los ponen en la radio. 8.