Parece que desde aquella especie de retorno, y ya sin Chamberlin, hemos terminado por aceptar (por mucho que costara y por mucho que importen según qué nombres) que Billy siempre estuvo detrás de todo y, por mucha gente que venga y se vaya, él es The Smashing Pumpkins. Junto al joven batería Mike Byrne, el guitarrista Jeff Schroeder (quien continúa tras ‘Zeitgeist’) y Nicole Fiorentino al bajo, Corgan comenzó el proyecto ‘Teargarden By Kaleidyscope’ con dos EP’s y ahora con el nuevo álbum, ‘Oceania’. Algunas de sus canciones las pudimos escuchar en los conciertos que dieron en nuestro país recientemente y tenían bastante buena pinta, pues el camino que recorrían daba la impresión de volver a ser el correcto. Al poner el reproductor en marcha y escuchar ‘Quasar’, el primer corte, parece que las plegarias de muchos han sido atendidas: con míticos temas como ‘Siva’ como referente, un comienzo así parece indicar que el rock denso y psicodélico de sus mejores años está de vuelta. Las guitarras vuelven a sonar cálidas, los solos virtuosos vuelven a tener sentido.
Esa calidez sigue presente según avanzamos hacia ‘Panopticon’, de planteamientos similares aunque con un patrón rítmico más complejo (Byrne demuestra que con el tiempo podrá mirar de tú a tú a su predecesor), y ‘The Celestials’, que oscila entre la calma y el estallido, con algún sintetizador en medio. Esa combinación de guitarras y elementos electrónicos prosigue (y funciona bastante bien) en uno de los mejores cortes del disco, ‘Violet Rays’, de aires romanticones, y es que cuando Corgan se pone moñas le salen muy buenas canciones, como la que sigue, titulada ‘My Love Is Winter’. En estos dos últimos temas, que por su estilo podían haber formado parte tanto de ‘MACHINA’ como de ‘Zeitgeist’, entrevemos que, con un prisma distinto (la producción, por poner un ejemplo), aquellos discos podrían haber sido mejor recibidos.
No cabe duda de que ‘Oceania’ supone una mejora respecto a la discografía reciente de Smashing Pumpkins, pero no podemos ponerlo a la altura de sus mayores logros. Como bien sabemos, Billy Corgan es capaz de lo mejor y de lo peor, y de ser excesivo más allá de lo deseado. Tras un comienzo de álbum de lo más esperanzador, llegan dos cortes sosos como ‘One Diamond, One Heart’ y ‘Pinwheels’ en los que la electrónica, que tan bien combinaba minutos antes, aquí suena recargada y barroca. Recuperan posiciones con el épico tema titular, pues en él cada elemento está donde debe: las guitarras, batería y bajo al frente y los sintetizadores de fondo, creando atmósferas más que dominando. Con la calmada (que no sosa) ‘Pale Horse’ sí consiguen lo que se proponían líneas arriba. Dan paso al final del álbum, que cierran como empezaron, con más energía de la mano de canciones de aires clásicos como ‘The Chimera’, que por su optimismo también recuerda a la etapa de Corgan con Zwan, y temas más de la última época (o de lo que ésta debía haber sido), como ‘Glissandra’, que también destaca gracias a sus guitarras. La atmosférica ‘Wildflower’ pone el punto final a un disco que debería dejar satisfechos a sus seguidores, porque pese a sus momentos flojos, queda compensado por unas canciones competentes que, como poco, mantienen a la banda a flote y con un horizonte soleado al que mirar.
Calificación: 7/10
Lo mejor: ‘Violet Rays’, ‘Quasar’, ‘The Chimera’, ‘Glissandra’
Te gustará si te gusta: un poco de cada etapa de SP
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