Lo de “Festival Portishead” a priori parecía buena idea, pero no acabó de cuajar viendo la indiferencia del público hacia el resto del cartel. No pude ver a Cuchillo, que últimamente lidian siempre con horarios difíciles, y sólo pude pillar los segundos finales de la tormenta de Though Forms. King Creosote & Jon Hopkins aparecieron solos, guitarra, piano, acordeón y nada más. Su aspecto entrañable y sus piezas sencillas, delicadas y sentidas no pudieron hacer nada ante el completo desinterés del personal. Un ambiente más pequeño y acogedor hubiera sido el apropiado. Sí, a la gente le daba igual el acompañamiento. Venían a lo que venían: Portishead.
Porque lo de Portishead no es una fiesta: es una liturgia. No vas a divertirte, vas a claudicar. Desde el primer minuto, la combinación de la música, el sonido casi perfecto, los maravillosos audiovisuales y, sobre todo, la imagen y la voz de Beth Gibbons te noquean. Ese carisma suyo tan anti-carismático, esa manera tan personalísima de cantar encorvada sobre el micro, sus bailes dando la espalda al público en las partes instrumentales (o mejor dicho, dando la cara a sus compañeros) la convierten en una potente presencia escénica que no necesita de efusiones para subyugar al público.
Abrieron, puntuales, con ‘Silence’, sample en portugués incluido. Una ‘Nylon Smile’ algo retumbante dio paso al coreo masivo de ‘Mysterons’; la maravillosa exhibición instrumental con la que cerraron el tema se coronó con un conmovido “thank you”, la primera vez que Beth se dirigió a nosotros. El emocionante in crescendo de ‘The Rip’ fue seguido de una (también) coreadísima ‘Sour times’; los clásicos son los clásicos. Una versión desnuda de ‘Wandering Star’ vivió el enfrentamiento entre silbadores y silenciosos: en los momentos intimistas, en los que la emoción se dispara, ¿qué hay que hacer? ¿Guardar un respetuoso silencio o aullar mostrando tu admiración? Duda irresoluble concierto tras concierto. Yo estoy en el lado de los que prefieren callar. Con el nudo en la garganta, llegamos al que, para mí, fue el momento culminante de la noche: ‘Machine gun’, avasallador, brutal en su sofocante percusión bélica. Las imágenes finales, mostrando cargas de los Mossos d’Esquadra y manifestaciones, seguidas de un amanecer rojo que lo bañó todo en sangre, convulsionaron al Poble Espanyol.
Joyas de la corona como ‘Over’ o ‘Glory Box’ casi se opacaron ante el poderío de la canción precedente. Digo “casi” porque su majestuosidad es imposible de ocultar. Y tanta majestuosidad desplegaron que, tras ‘Chase the Tear’, entre el público, emocionado y entregado, surgían gritos de “¡Larga vida a la Gibbons!”. ‘Cowboys’ y ‘Threads’, subyugante también por su perfecta simbiosis con los audiovisuales, iniciaron la despedida. Tras unos minutos de espera, un bis superlativo y acongojante; primero ‘Roads’, clásico absoluto; cualquier cosa que escriba se queda corta: maravilloso. Y como broche, ‘We Carry On’, obsesiva, absorbente; al final, también arrebatada, Beth se lanzó al foso y estrechó las manos del público. Una colega se la había tocado y estaba en extásis: “¡no me la lavaré nunca más”. Beth regresaba al escenario antes de abandonarlo del todo, riendo como una niña pequeña. Larga vida. 9.
El festival continuaba en el Razz, pero la cosa resultó un tanto desconcertante, ya que se mezcló el público habitual de la sala con los asistentes al festival y teníamos la sensación de que, por más vueltas que dieras, en las cinco salas parecían poner lo mismo. Beak> comenzaron media hora tarde sobre el horario previsto para desplegar su pesados mantras rítmicos, con Geoff Barrow salmodiando por encima. Oscuro e hipnótico, ideal para irse a casa con la cabeza percutiendo. 6,75.