Quizás suene a topicazo, pero lo de ayer en el Poble Espanyol entró en la categoría de gran noche por derecho propio. Entradas agotadas para ver a Justin Vernon: muchos nos quedamos con las ganas de verle en su debut barcelonés (en el Auditori del Primavera Sound a las cuatro de la tarde), así que esta vez nadie lo quería dejar escapar. Si a esto le sumamos a Beth Orton de telonera después de un silencio discográfico de seis años, la expectación era muy alta. Guapísima, radiante y feliz, apareció sola con su guitarra, pero no se empequeñeció en medio de todo el montaje preparado para Bon Iver; se las bastó para atraer la atención como un imán, cantando y tocando en estado de gracia.
La sencillez sentaba perfectamente bien a sus canciones. Arrancó con ‘Someone’s Daughter’ y ya seguida cayó ‘Stolen Car’. Tocó un par de canciones nuevas, intensas, que prometían mucho, mientras ella hacía filigranas con la voz y seguía exudando alegría; tanta, que incluso no le importó parar ‘Concrete Sky’ para explicarnos que su hombro dolorido le impedía tocar bien. Emocionada porque aún le quedaba un cuarto de hora, finalizó con ‘Central Reservation’, ‘She Cries Your Name’ y la que definió como “mi canción preferida de siempre”, ‘Ohh Child’. Se fue con la misma felicidad con la que llegó y que nos dejó. 7.
Bon Iver, el hombre que se encerró en una cabaña porque tenía el corazón roto por todos los lados y que emergió con un disco maravilloso, vino a confirmar que es mucho más que su leyenda iniciática. Si ‘Bon Iver‘ (el álbum) escapaba de los bosques para ir a abrazar horizontes infinitos, su directo apabullante va mucho más allá. El inicio, de rodillas, solo con el sampler cantando ‘Woods’ era un aviso: aquí se queda la cabaña, el artista solitario. Poco a poco, entran los ocho músicos que le acompañan en esta aventura. Entonces, se levanta. Bienvenidos. Una banda prodigiosa dota a sus temas de carne, cuerpo, de una fuerza y un empaque que saben a gloria pura, porque si en disco suenan etéreas, en directo las canciones son poderosas como cordilleras; así, nos regalan un ‘Perth’ absolutamente avasallador enlazado con ‘Minnesota, WI’. ‘Holocene’ nos permite respirar, pero no mucho, porque ‘Blood Bank’ nos inunda de rojo (magníficos los juegos de luces), mientras la banda alarga los temas con desarrollos que crean paisajes oníricos ideales para perderse en ellos. Por un momento Justin nos devuelve al corazón del bosque con un ‘Flume’ que comienza acústico y acaba con la emocionante incorporación de los vientos. Y así, merced a los músicos portentosos, el sonido perfecto durante casi todo el concierto (excepto en algún momento en que los graves retumbaban), un Justin tocado por la magia (su voz, fantástica y maleable, escalaba picos y bajaba valles) y un público entregadísimo, llegamos a uno de los momentos más mágicos, un ‘Skinny Love’ apoteósico, con todo el mundo coreando y las luces, los farolillos azules que llenan el escenario, siguiendo el ritmo.
Los músicos abandonan a Justin y regresamos otra vez a la cabaña con ‘re: stacks’, pero compensa este pequeño desacato con un ‘Creature Fear’ enorme, apoteósico en su delirio instrumental y lumínico. Ya en los bises, nos pide que le hagamos los coros en ‘The Wolves (act I & II)’ y todo el Poble Espanyol canta voz en cuello eso de «What might have been lost» mientras se eriza la piel en uno de los momentos más emocionantes que he podido vivir en directo. Y ya ‘For Emma’, como clásico absoluto y colofón de un concierto maravilloso; sólo bastaba ver cómo resplandecían las caras de todos nosotros cuando acabó. Abisal. 9.