Por eso hay que alabar que, para dar el salto a la gran pantalla, MacFarlane haya evitado la vía rápida de estrenar un capítulo largo para apostar por una idea original de acción real. O al menos intentarlo, porque detrás de este oso llamado Ted aparece eso que algunos llaman universo propio del autor, el mismo que a algunos como Berlanga les sentaba muy bien y a otros, como Burton, por repetitivo, no tanto.
A ver, que a falta de un Stewie bienvenido sea un Ted, pero como espectador no puedes evitar esa sensación de déjà vu cuando compruebas que la estructura narrativa del filme se sustenta, como los capítulos de sus series, en una simple sucesión de gags que aprovechan la cultura pop, la nostalgia televisiva, los flashbacks, el humor escatológico, el momento gay, los cameos inesperados y las situaciones incómodas para que te rías.
Y lo haces. Vaya que si lo haces. Y disfrutas como un enano en la butaca. Y aplaudes los chistes a costa de Katy Perry, Susan Boyle, Taylor Lautner o el puñetero Flash Gordon original. Y disfrutas con esa pelea en la habitación del motel que recuerda a las interminables luchas entre Peter Griffin y Ernie, el pollo gigante. Y miras a tus compañeros de butaca buscando la complicidad para comprobar que ellos también han visto ese póster de Parque Jurásico, les ha saltado la lagrimilla con la aparición de la 8-bits de Nintendo o han escuchado los acordes camuflados de la banda sonora de Indiana Jones.
El problema es que con un humor tan pegado a la actualidad, tan basado en el homenaje y la referencia concreta, nada más salir del cine, satisfecho por haber pagado la entrada, te preguntas si volverías a ver la película y la respuesta, curiosamente, es no. De hecho, te imaginas a alguien viéndola en televisión dentro de cinco años y sabes que será como ver un capítulo de ‘El Principe de Bel Air’ hoy día. 6.