Tras conocer la música de Drake a través de un amigo a finales de los 70, Henrik se obsesionó con él y, apoyado por su condición de poeta, consiguió un encuentro con sus padres en Inglaterra, que le atendieron amablemente. Tanto, que incluso le facilitaron una cinta con grabaciones inéditas. Aún en aquellos tiempos de la no-wave era inusual que el artista fuera reivindicado y no era tan raro que tanto los padres o después el propio Gorm Henrik quedaran con los cuatro fans que había de Nick Drake para compartir cintas con maquetas o impresiones: ni siquiera la trágica muerte del artista había logrado atraer la atención de crítica y/o público.
La convivencia con la generación hippie, la influencia de Baudelaire, el blues, el country, el primer disco de Leonard Cohen recién salido al mercado, ‘Astral Weeks’ de Van Morrison, la filosofía zen en conjunción con su poeta favorito William Blake, los círculos budistas en la universidad, la cercanía de The Incredible String Band, Donovan y la extraña amistad con Françoise Hardy son algunos de los caminos curiosos con que se tropieza el cantautor alto y algo desgarbado que viste con ropa demasiado pequeña para su tamaño, deja de tocar en directo porque lo odia y se avergüenza -dicen- de lo que guapo que es.
‘Pink Moon’ no se dedica a ahondar en la vida personal de Nick Drake hasta el punto de ofrecer una correlación que explique hasta la última coma de sus letras o el porqué de las diversas afinaciones de su guitarra para cada canción, pero sí plantea de mano de sus propios padres cuestiones interesantes como si el artista habría soportado la fama o el reconocimiento a tenor de sus problemas con los conciertos; es capaz de llegar a un amigo del artista, a la postre médico, que se atreve a catalogar el tipo de depresión que le llevó a la muerte; y sobre todo ofrece una traducción al castellano de esas canciones que rebosan vida y optimismo a pesar de las evidentes adversidades hasta el final de su carrera. La traducción libre y por tanto fácilmente criticable de los temas es justificada por sus autores por la obsesión de Nick con la rima por encima del significado y, en cualquier caso, es una buena manera de analizar, descubrir o redescubrir las tres joyas que nos dejó Nick Drake, desde el ornamentado y conceptual ‘Brayter Layter’ al deliberadamente desnudo ‘Pink Moon’. En medio de toda la tristeza que nos deja su fracaso en su momento, es un consuelo saber que al menos Island Records tenía el detalle de mandarle un cheque aunque no hubiera ganancias, porque nunca dejó de creer en él. Qué tiempos en que la industria era la salvación en lugar del diablo. 8.