La mayor novedad de la película dirigida por el danés Ole Bornedal (que vuelve a Hollywood tras ‘La sombra de la noche’, su «autoremake» de ‘El vigilante nocturno’), es que las posesiones no ocurren en un contexto cristiano, sino judío. El argumento se inspira en la leyenda hebrea de las «cajas dibbouk», recipientes de madera construidos para encerrar a los demonios. Basada en hechos reales (sic), su productor Sam Raimi extrajo la idea de una noticia de L.A. Times en la que se informaba de la subasta de un dibbuk que había pertenecido a una superviviente del Holocausto de 103 años de edad. La fatalidad que persiguió a sus distintos propietarios le dio la idea al director de ‘Spider-Man’ para poner en marcha el proyecto a través de su productora Ghost House.
Este cambio de contexto religioso es lo que proporciona a la película su mayor atractivo. Por un lado, toda la imaginería hebrea aporta un llamativo toque de exotismo y estética bizarra. Por otro, su mitología y liturgia da lugar a dos de los momentos para divertidos de la película, aunque sean involuntarios. 1) La posesión del demonio es literal: vive dentro del cuerpo de la niña, acurrucado, y de vez en cuando, cual bulímica, saca los deditos por la boca. 2) La aparición del rabino exorcista, poseído por su fe, precipita la película hacia un delirio gestual y verbal de proporciones bíblicas, apocalípticas. Como para no salir huyendo ante los gritos y cabeceos del cantante de reggae jasídico Matisyahu…
Por lo demás, ‘The Possession’ no es más que una legañosa cinta de terror. Carnaza apaleada por todos los golpes de efectos posibles, de calculado espíritu emo (solo hay que ver cómo se transforma el vestuario de la posesa), destinada a ser consumida por adolescentes impresionables. 4.