Bob Dylan / Tempest

Hay quien ha buscado el paralelismo del título de este álbum, el trigésimo quinto en la carrera de Bob Dylan, con ‘The Tempest’, la última obra escrita por William Shakespeare, insinuando que este podría ser su último disco de estudio. Zimmerman se ha apresurado a negarlo categóricamente y, a tenor del vigor y la fuerza de esta nueva entrega, no nos sorprende. No estamos ante un nuevo ‘Blonde On Blonde’ u otro ‘Blood On The Tracks’ (resultaría bastante absurdo esperarlo, por otra parte), pero no por eso cabe desdeñar la sabiduría y elegancia que, tras 50 años de carrera musical, Dylan despliega de una manera insultantemente natural, capaz de sonrojar a muchos folkies wannabes que hoy pretenden seguir sus pasos. Y ‘Tempest’ es un álbum tan sólido, con tanto y tan buen contenido, que desde luego lo último en lo que hace pensar es en que este venerable señor se retire.

Como en todos los discos que lleva publicando desde que entramos en el nuevo siglo, Dylan utiliza el espectro de estilos de la música tradicional norteamericana y se desliza de uno a otro con una soltura fabulosa, con arreglos exquisitos que sin duda remiten al hacer de los grandes músicos del área de Luisiana y Missisippi. Del ragtime de ‘Duquesne Whistle‘ (co-escrita con Robert Hunter de Grateful Dead) saltamos a la tradición blues en ‘Early Roman Kings‘, de ahí al rhythm & blues en ‘Narrow Way’, ‘Roll On John’ (un personal y algo meloso homenaje a su amigo John Lennon, que incluye citas a ‘A Day In The Life’ y ‘Come Together’) y ‘Soon After Midnight’ para luego irrumpir en el terreno de las murder ballads con ‘Tempest’, ‘Scarlet Town‘ y ‘Tin Angel’ o incluso hacer de sí mismo en ‘Long And Wasted Year’. Un tapiz musical exquisito y arreglado con menor dulzura que el precedente ‘Together Through Life’ (por suerte, aquí el uso del acordeón es bastante más comedido), bordado con una voz cada vez más rota, al estilo Tom Waits, que, lejos de sonar frágil, aporta cierta oscuridad perversa y aun más carácter a su inigualable capacidad para transmitir.

Pero las canciones de ‘Tempest’, siendo notables ejercicios de estilo, están sobre todo al servicio de unas elaboradísimas letras, marca de la casa, que Dylan quería que fueran «más religiosas» (aunque no le salieron suficientes). El resultado son relatos, unas veces con un tono más personal y otras con un claro papel de storyteller, que hablan de soledad, deseo y amor, sin temor a mostrar cierta vileza en su enfoque (ahí queda ese «así agotaré mis días; vine a enterrar, no a ensalzar; apuraré mi bebida y dormiré solo; pagaré con sangre, pero no con la mía» de ‘Pay In Blood’), y cuyo trasfondo real y último es la idea de la muerte. El tratamiento que da Dylan a todos estos temas tan capitales es de un aparente sosiego, casi de frialdad, como si quisiera transmitir que se encuentra preparado para cuando llegue el momento de marchar. En ese sentido, el tema que titula el disco, más de catorce minutos dedicados a describir impasiblemente, con sádico detalle, los horrores sucedidos durante el hundimiento del Titanic (incluyendo referencias directas a la película de James Cameron y al propio Leo DiCaprio), parece ser una especie de letanía espiritual sobre cómo la humanidad entera se ve abocada irremisible a la muerte más fría. Apuesto a que cuando el viejo Bob hablaba de religión se refería exactamente a esto.

Calificación: 8/10
Temas destacados: ‘Duquesne Whistle’, ‘Narrow Way’, ‘Pay In Blood’, ‘Tempest’.
Te gustará si te gusta: Neil Young, Leonard Cohen, Tom Waits.
Escúchalo en: Spotify.

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Publicado por
Raúl Guillén
Tags: bob dylan