‘A Roma con amor’: el souvenir de usar y tirar

El último trabajo en Europa de Woody Allen nos lleva directos a Roma a través de los ojos de un guardia urbano. Lo curioso es que a los treinta segundos de película nos hemos olvidado por completo del amable guardia que hace esfuerzos por hablar en inglés (ni idea de cómo lo hará en la versión doblada) y empezamos a ver Roma a través de los ojos de un puñado de norteamericanos. Cuatro historias se narran simultáneamente desde este punto pero en ningún caso sus personajes se cruzan ni intervienen en el transcurso de sus relatos vecinos. De cada escenario surge otra historia que rompe con lo anterior para volver todo a su ser de forma ciertamente previsible una vez el film llega a término.

Una turista norteamericana que se enamora de un abogado sindicalista, una pareja de recién casados algo paletos que esperan encontrar futuro en la capital, un veterano arquitecto -norteamericano también- que se convierte en la conciencia de quien podría haber sido él mismo treinta años atrás, y un hombre de mediana edad, casado, con dos hijos y con un aburrido trabajo de oficina al que no le pasa absolutamente nada digno de mención. Todo se tuerce cuando los padres de la turista llegan a Roma y conocen a la familia de su futuro yerno, una serie de malentendidos lleva a la pareja de recién casados a cometer adulterio, el joven arquitecto se enamora perdidamente de una amiga de su novia no haciendo caso a «su conciencia» y el hombre de vida anodina acaba firmando autógrafos y perseguido por los paparazzis.

Nada parece tener sentido ni coherencia salvo un par de gags aquí y allá que nos recuerdan que el director es Woody Allen y que algo de talento le debe de quedar aún. Dejando a un lado el cameo de Ornella Mutti, entre las caras conocidas encontramos a una Penélope Cruz que parece sacada directamente de ‘Jamón Jamón’ con diez años más en cada pechuga (es decir, justo veinte) para interpretar a una prostituta tan chabacana como atractiva. Al final, esforzándose la muchacha por tener tan buen acento italiano como el que tiene en inglés, resulta ser uno de los personajes más frescos y espontáneos de toda la película. Siguiendo con el elenco más reconocible tenemos a Woody Allen haciendo su papel de siempre, a la preciosa Ellen Page (‘Juno

‘) interpretando a la egocéntrica actriz roba-corazones de labia vacía y desenfrenada, a Alison Pill (‘The Newsroom‘), cuyo personaje queda relegado a un segundo plano desde el mismo minuto en que aparece en escena, a Alec Baldwin como la conciencia de su joven alter ego, a Roberto Benigni perfecto en su papel de «hombre de vida no interesante», a la bella Alessandra Mastronardi siendo siemplemente eso, bella, y a Judy Davis poniendo un poco de cordura en el universo Allen.

Una bonita postal de Roma que se queda en eso, en una postal que nos hace gracia al recibirla pero que pasa directa al olvido tras cualquier imán horrible de nevera. Queriendo unir el atractivo singular del cine italiano de otras épocas y los enredos de las comedias americanas de todos los tiempos desgraciadamente a Allen le ha quedado bastante insípido el pastel. La película acaba convirtiéndose en una sucesión de absurdos que de cuando en cuando arranca una carcajada aislada por la simple razón de que, en el fondo, todos los personajes tienen ese lado entrañable que identificamos con algún recodo de nosotros mismos. 5

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Publicado por
Angèle Leciel