Con un setlist muy parecido al de aquel concierto, por supuesto centrado en su debut (si entonces solo se quedó fuera ’11 de novembre’, anoche también lo hicieron ‘Covava l’ou de la mort blanca’ y ‘Lietzenburgerstrasse 1976’) y añadiendo varias sorpresas, la cantante de Calella de Palafrugell pronto encontró una conexión fuerte con un público boquiabierto ante la expresividad de la voz de Sílvia, poderosa pero repleta de matices. ‘Meu meniño’, ‘Nonnon’, ‘Pare meu’ y ‘Não sei’ parecía un arranque demasiado fuerte, pero no, el show no decayó un instante, ya fuera con sus memorables adaptaciones de ‘Cucurrucucú paloma’, sola con Mas, o de un medley del bolero ‘Veinte años’ y ‘Temps perdut’ (habanera escrita por su padre, Cástor Pérez) con el magnífico apoyo del contrabajo de Cordero.
Pero, curiosamente, no fueron esos los mejores momentos, quizá más populistas y cercanos a un público que, en general, no parecía muy seguidor del pop y el rock más experimental. Al contrario, las mayores ovaciones se las llevaron los momentos en que Pérez Cruz mostró que no tiene miedo a abrir nuevas vías para la tradición musical. Así ocurrió con el catártico final, lleno de rabia y cierto ruidismo, de la versión que Refree y ella llevan años haciendo de ‘Corrandes d’exili’, de Lluis Llach; y, sobre todo, con una ‘Diluvio universal’ que mostró en directo todas sus posibilidades, con un prolongado final por soleá, con un delay en la voz que llenó el auditorio de gloriosos fantasmas y se dejó llevar por una espiral salvaje que culminó con un pequeño homenaje a Chavela Vargas y que, al terminar, arrancó un enfervorecido aplauso que hizo consciente a los músicos de la magia del momento. Sílvia se emocionó tanto que incluso le llevó un par de canciones recomponerse.
El final del concierto alimentó aun más esa catarsis con la subida a escena del grupo de percusión Coetus, con el que la ampurdanesa ha compartido escenarios mucho tiempo. Amén del cierre del tramo principal del show con la festiva ‘Meu amor e Glòria’, que terminó arrancando palmas y un tímido canto del público, y tras la breve saeta de la película ‘Blancanieves’ a capella, los ¡once! percusionistas crearon una ambientación exquisita e irrumpieron con explosivas intervenciones en los dos temas finales, ambos, versiones. Primero, la preciosa ‘Tonada de luna llena’ del venezolano Simón Díaz y luego la siempre emocionante ‘Gallo rojo gallo negro’ de Chicho Sánchez Ferlosio, cuyo trasfondo político-social tiene hoy una total vigencia. De esa manera tan abrumadora, con dieciseis músicos en escena, culminaron dos horas de magia, en un despliegue increíble de calidad técnica, talento, inspiración y pasión. Saliendo del teatro, pensé que ninguno de los asistentes tendría la más mínima duda de que ya hemos empezado a vislumbrar toda la grandeza de Sílvia Pérez Cruz. 9