Su profesor de literatura, Germaine (Fabrice Luchini), se convertirá enseguida en un perro que come de su mano, gracias a unas tontas redacciones «¿qué has hecho este fin de semana?» que le pasa coronadas siempre con un casi terrorífico «continuará». ¿Qué trama el atractivo alumno de mirada impredecible y perturbadora y pasado elíptico? En unos pasillos de instituto que nunca fueron lo mismo desde ‘Elephant’ (o desde ‘Los amantes criminales’), las elucubraciones entre el profesor y su mujer, que tiene una galería de arte, se mueven entre las pesquisas patéticas, el interés por la creación y el factor teatral del mejor Woody Allen (hay un cameo del cartel de una película suya); el terror tranquilo que transmite Haneke desde fuera de la casa en ‘Caché’ y el Hitchcock de ‘La ventana indiscreta’ (muy evidente en el mismo cartel y en otros puntos de la película).
A pesar de lo complejo de esta película que ganó la Concha de Oro en San Sebastián y de las múltiples aristas que presenta, con parodia o dramático homenaje a la familia de clase media -según se mire- incluido, lo que de verdad interesa a François Ozon es la mezcla de realidad y ficción dentro de la película, y las dificultades de un autor por concluir su obra con dignidad, sin que resulte «un vodevil barato». En un momento del guión uno de los personajes plantea tres o cuatro finales posibles para su historia: los más o menos esperables. Ozon consigue darles una vuelta de última hora culminando de manera magistral una las mejores películas que se han hecho sobre manipulación y creación, de infinitas lecturas. 8.