No era un fenómeno nuevo. Si observamos la irrupción de la nueva ola (o La Movida, o las diferentes “movidas”) a finales de los años 70 y en los primeros 80 en la música española, además de los grupos y los fanzines, multitud de sellos independientes estaban en la base de la creación de una pequeña infraestructura que sostuvo el entramado hasta que las bandas empezaron a despuntar, y tanto los grandes medios como los grandes sellos se fijaron en ellos. En los 90 el camino no fue tan sencillo por varias razones: música más inaccesible de primeras, voluntad esquiva de los propios implicados y público mucho menos receptivo que una década antes.
Había sellos asociados a grupos o colectivos (como Triquinoise o Por Caridad), otros con poca continuidad (El Colectivo Karma, a pesar de su recientemente anunciada resurrección), movidos más por el entusiasmo que por la intención de iniciar un proyecto empresarial a largo plazo (Waco, Roto), con problemas estructurales inesperados (el colapso de la distribuidora Running Circle)… Un ejemplo de cómo algunos de los sellos que publicaron referencias que han pasado a formar parte de los clásicos de aquel momento se fueron al traste sería la fugaz discográfica Radiation, casa madre de los hoy reivindicados El Inquilino Comunista, que publicó también el último disco de Cancer Moon.
Como ya dijimos, Elefant no fue la primera pero sí la más decisiva de las discográficas del momento, más que nada por la incansable figura de Luis Calvo prodigándose en multitud de direcciones que consolidasen unos mínimos tanto para sus bandas como para la escena en general. Antes estuvo, por ejemplo, Munster (que comenzó como un fanzine en los últimos y agonizantes momentos de La Movida) y mucho antes estaría Discos Medicinales -fundado por Miguel Angel Villanueva de Los Brujos-, centrado en proyectos valencianos. Otros pioneros serían B-Core desde Barcelona, con un corazón hardcore pero de espíritu alternativo (mirando a la escena Washington) y Romilar D, con un catálogo que iba de Lagartija Nick a Los Clavos, y de Sex Museum y Dr. Explosion hasta uno de los primeros trabajos de los metaleros Hamlet. Había otros como Triquinoise que se circunscriben principalmente en el entorno de proyectos de Corcobado y adyacentes, o ese extraño invento que fue Polar.
Este último se creó como subsello alternativo de Max Music (sí, los de los ‘Max Mix’, el grupo Viceversa o montones de actos de eurobeat y demás), convencidos por el dueño de la tienda de discos barcelonesa Hardcore Records. En su corto espacio vital licenció para España grabaciones de bandas como Yo La Tengo o The Primitives pero también editaron ‘Hunted By The Snake’, el debut de Cancer Moon producido por Jaime Gonzalo (Ruta 66), o el primer disco de otros pioneros del sonido indie en España, Vancouvers. El sello duró poco más de un año porque su situación dentro de la matriz era extraña y Max Music no vio que pudiera llegar a ser rentable (quizá de haber aguantado un poco más se hubiesen sorprendido de los beneficios que pudiese haberles reportado tener una división así en su entramado general), por lo que antes del fin de 1991 decidieron liquidarlo de la manera más sucia: Cancer Moon explicaban en el número 115 de Rockdelux (enero 1995) cómo se negaron a publicarles un segundo disco, tal como constaba en contrato, y no contentos con eso tampoco les querían dejar marchar a otro sello sino vender su contrato a otra compañía, motivo por el cual el dúo les llevó a los tribunales.
La multinacional RCA (la actual Sony) también empezó temprano a tener aventuras a través de su subsello indie Virus, aunque en ese momento no casaba muy bien en la estructura y los objetivos de una gran empresa discográfica, y quizás no lo hizo hasta la llegada del recopilatorio de Pepsi. RCA creó este subsello tratando de dar salida a grupos que no se ajustaban al catálogo general de Isabeles Pantojas, Sabinas o Mecanos, y puso en el mercado un recopilatorio de presentación con artistas noveles como The Faded Flower, los murcianos Iluminados o Alias Galor (estos dos últimos más tarde repescados por Jabalina) titulado ‘La Única Alternativa / Uno’ (curioso título ya usado en un sampler por Compañías Independientes Asociadas, fugaz unión de pequeños sellos en los 80 y que en los 2000 volverá a usar la FNAC en otro disco de grupos de diversos sellos indies). El proyecto no pareció satisfacer a RCA y apenas usó la marca Virus para unas referencias de Surfin’ Bichos y de Aerolíneas Federales. Poco después entra David López en la compañía, cuyo trabajo de A&R consigue atraer a Los Planetas, Nosoträsh, El Niño Gusano o Penelope Trip antes de abandonarla para fundar Limbo Starr. Pero eso es otra historia y merece ser contada en otra ocasión…
Precisamente la citada Running Circle es un caso paradigmático de algunos errores (quizá inevitables) que ocurrieron entonces. Aglutinadora de multitud de sellos nacionales e internacionales de prestigio, llegó un momento en que se convirtió en la principal proveedora de discos a tiendas dentro del territorio independiente. Esto no era baladí, porque en ese momento gran parte de los ingresos -por no decir la mayoría- se generaban vía venta de discos, ya que los derechos editoriales de la empresas discográficas independientes eran escasos e irregulares, y el management y los directos no eran ni la sombra de lo que más tarde serían. Colocar discos en la recién inaugurada FNAC, la cadena de tiendas de la cadena Madrid Rock o entrar dentro de los catálogos de venta por correo como Tipo o Discoplay (auténtico maná de fuente de ingresos entonces) era un trabajo complicado pero necesario. Lugares como El Corte Inglés quedaban descartados y no sería hasta mucho más tarde -y con excepción de referencias puntuales- que aparecerían por su sección de discos nombres que todos podríamos relacionar con el indie, sobre todo gracias a la visibilidad que trajo el éxito de Dover a la escena independiente cuando ésta llegaba al fin de su primera fase.
Running Circle trabajaba muy bien y creció mucho. Bajo su manto encontrábamos compañías nacionales como Acuarela, Jabalina, Roto o Alel.luia y luminarias internacionales como City Slang, Rough Trade, IRS o Sub Pop en sus mejores momentos. Pero en 1996, cuando nadie lo sospechaba, se declaró en quiebra y dejó en la estacada a docenas de pequeñas y no tan pequeñas compañías, varias de las cuales no pudieron afrontar las pérdidas y echaron el cierre. Es curioso el paralelismo entre la primera y la segunda oleada de la independencia en España: en los 80 la distribuidora Pancoca (fundada por el artista plástico Oscar Mariné; la principal del momento al llevar a sellos tan importantes como Rara Avis, GASA, Tres Cipreses o Goldstein) quebró llevándose por delante docenas de pequeñas compañías. Lo mismo volvería a ocurrir apenas una década más tarde: de las cenizas de Running Circle surgió una nueva distribuidora tiempo después, Dock, que en otros diez años volvió a quebrar y a llevarse por delante otro buen montón de sellos nacionales. El eterno retorno.
Tampoco le iría mejor a aventuras similares como El Diablo Distribución. Subterfuge, en plena borrachera de éxito sin precedentes gracias al disco ‘Devil Came to Me’ (1997) de Dover, que sobrepasó el medio millón de copias, se lanza a un proyecto (también una editorial de cómic y otra de vídeos, además de varios subsellos) que quizá parecía lógico pero que resultó descabellado y casi termina con el propio sello. Nacido como un fanzine con regusto punk, amor hacia el cómic y la serie B, Subterfuge siempre ha gozado de un olfato comercial bastante atinado. Ya muy al principio, su historia cambió cuando ‘Pizza Pop’ de Australian Blonde permitió una inmediata profesionalización de la compañía vía el éxito de la canción ‘Chup Chup’, sobre todo a raíz de su aparición en la película de Montxo Armendáriz ‘Historias del Kronen’. El fichar a una banda como Dover, que a pesar de haber actuado en el FIB apenas había vendido unos cientos de discos de su debut en Everlasting, ‘Sister’, prueba ese buen ojo de Carlos Galán y Gema del Valle para detectar el éxito. Con el dinero generado por Dover decidieron dar un paso más allá y montaron una gran distribuidora que aglutinara a casi toda la escena nacional y muchos sellos internacionales con compleja presencia en nuestro territorio tras la caída de Running Circle, referencias que llegaban o bien por otras distribuidoras como Green UFO’s -muy centradas en escenas concretas como la francesa- o ciertos sellos muy definidos de Norteamérica y Europa. Otra vía para adquirir trabajos internacionales era a través de sellos que licenciaban álbumes puntuales. Existían otras distribuidoras como Alía (sin línea definida y que también quebraría), la ya veterana Nuevos Medios u otros sellos/distribuidoras como Houston Party
, que crecieron casi sin darse cuenta.En 1999 Subterfuge montó un entramado muy complejo en muy poco tiempo bajo la etiqueta El Diablo. La mayoría de los sellos nacionales se cobijaron bajo el ala de quienes habían sido unos compañeros de viaje durante toda la década, pero la inexperiencia de Subterfuge en ese campo en concreto, el cambio de modelo que se estaba gestando (son tiempos del Napster), la elefantiasis de la empresa en cuestión de meses y un plan a una agresivo y arriesgado, convirtieron la aventura en un quebradero de cabeza que llevó al borde de la ruina a la casa madre. En ese momento entró PRISA, que adquirió el 51% de El Diablo a través de su gestora para esos asuntos (Gran Vía Musical), convencida del gran negocio que existía en la música independiente y los discos en general. La realidad se impuso y el desastre de la adquisición cristalizó en la venta de la propia Gran Vía Musical a Universal en 2004, incluyendo a El Diablo Distribución en un paquete que contenía a músicos y artistas como Los del Río, Tamara (la buena, o sea, la mala), Maita vende Cá, Zapato Veloz, Marianico el Corto o Papá Levante. El propio Carlos Galán lo expresaba de manera tajante en una entrevista para el diario Cinco Días: «Nuestro punto de locura fue en 1999, cuando creamos Diablo Distribución. Estuvimos a punto de irnos a tomar por saco».
Si has llegado hasta aquí te habrás dado cuenta de que tener un sello en esos primeros momentos del indie nacional era una actividad que iba desde lo romántico a lo irresponsable. Multitud de ellos nacían y morían en cuestión de meses, unos dejando huella y otros no mucha; algunos con varios discos que siguen sonando frescos y otros caducados el día de su propia publicación. Nombres recordados u olvidados, fenecidos o resistentes como Waco (Kactus Jack), Alehop! (Solex, Ulan Bator Trío), Liquid (Afraid to Speak in Public), Mocambo (Amateurs), Roto (Los Buges), Hall of Fame (Caballero Reynaldo), Goo (Nuevo Catecismo Católico, Cancer Moon), Por Caridad (Mil Dolores Pequeños, Superelvis), Esan Ozenki (Dut, Lisabö), Rock Indiana (The Happy Losers, Aneurol 50), Radiation (El Inquilino Comunista) y muchos otros nacidos en esa etapa germinal justo antes de que apareciera una segunda oleada de sellos casi al final de la década, cambiara el idioma preponderante en el que se cantaba, y hubiera una cierta pérdida de la inocencia en el mundo discográfico independiente.
Por su relevancia, trayectoria o simplemente por ajustarse mejor a los parámetros de lo que estamos contando en esta serie de artículos destacaríamos los siguientes sellos discográficos surgidos entonces: