La consolidación de ‘Downton Abbey’

No fueron pocos los que se quejaron, en su segunda temporada, de que ‘Downton Abbey’ había perdido todo su interés para convertirse en poco más que un folletín del período post-Eduardiano. Por desgracia para ellos, la tercera temporada de la serie no les va a traer nada nuevo: las tramas siguen bastante centradas en los aspectos más cotidianos de la familia Crawley, y plagadas por bodas, bautizos y comuniones (bueno, comuniones no, pero ya me entendéis) que desesperarán a aquellos que, en su momento, pusieron el grito en el cielo ante el viraje de la producción de Julian Fellowes.

Ahora bien, cuidado con juzgar todo el paquete de pan por sus primeras rebanadas, porque de nuevo, los detractores corren el riesgo de perderse la que -a mi juicio- es la mejor temporada de lo que llevamos visto. Una vez que se raspa la capa de (pretendida) superficialidad, aparece un abanico inmenso que resume algunos cambios sociales y políticos del período que trata la serie. Sin una guerra que librar, y con una profunda depresión cerniéndose sobre el cielo de Gran Bretaña, la familia Crawley se ve abocada a ingeniárselas de diversas maneras para sobrevivir, y conseguir mantener sus propiedades en su posesión.

Pero es que además de eso, los guionistas han sabido encajar casi cada pieza como si de un reloj suizo se tratara, y han incluido en el set algunos de los cambios político-sociales que sufrió el Reino Unido en aquellos tiempos (sobre todo respecto al conflicto irlandés); pero también de diversos avances (o vientos de cambio, si me lo permitís) que derivaron luego en una despenalización de la prostitución y de la homosexualidad, aunque en este último caso, la resolución que da la serie sea de todo menos creíble.

Es cierto que se puede criticar esta vez lo predecible de la resolución de algunas tramas, o incluso que otras adquieran un inusual protagonismo que no va en consonancia con la importancia de los personajes (el culebrón Bates – Anna, por ejemplo, a pesar de lo adorable que es ella llega a hacerse pesado), pero más allá de esos nimios fallos, sigue siendo una de las series más disfrutables del panorama británico, sobre todo cuando el personaje de Maggie Smith mantiene esas frases lapidarias cuya escucha debería ser prácticamente obligatoria. 8,5

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Publicado por
Lolo Rodríguez