Y es que más allá de saber que en la película había un chaval y un tigre viviendo en una barca, que estaba rodada en 3D y que su director era Ang Lee, antes de sentarme en la butaca poco más conocía de esta historia que, de acuerdo, no te hará creer en Dios como le pide un personaje al protagonista la película –ni falta que hace–, pero que a poco que te dejes llevar, sales con el corazón dado la vuelta sin saber muy bien cómo.
Porque de eso se trata este filme, de utilizar la travesía de Pi en compañía del famoso tigre para desmontar al espectador hasta dejarlo desnudo frente a su propio yo. Un trabajo de precisión como sólo sabe hacer el camaleónico Ang Lee, que una vez más se deja poseer por la visión de un director foráneo para atrapar la cultura local en la que transcurre su historia (la India en esta ocasión) con la misma maestría que ya demostró con títulos como ‘La tormenta de hielo’, ‘Tigre y Dragón’, ‘Sentido y Sensibilidad’ o ‘Brokeback Mountain’. Lo contrario que Woody Allen en sus aventuras europeas, vamos.
Curioso resultado teniendo en cuenta que, de su filmografía, esta película es una de las que menos entrarían en la categoría de cine de autor. Y no precisamente por que esté rodada en 3D –de hecho creo que es la primera vez que asisto a un uso tan justificado y brillante de esta tecnología–, sino porque al servicio del guión y de la novela en la que se basa la película en el metraje aparecen escenas que recuerdan mucho a filmes en su momento elevados a los altares y hoy bastante odiados como ‘Amelie’ o ‘Forrest Gump’. Casi nada.
Por suerte son solo unos destellos en la inmensidad de un filme que comienza con una jirafa y termina con una sonrisa inexplicable en tu cara. Pero ahí están, acechando y sembrando la duda sobre la autenticidad de una experiencia digna de ser vivida, esta sí, en pantalla gigante. Una película cuya superficie impacta a primera vista pero que se degusta mejor reposada. 8,3.