‘Saliendo de la estación de Atocha’ –título prestado de un poema de John Ashbery, referente de la escuela poética de Nueva York- está protagonizada por un joven poeta norteamericano que disfruta de una beca de investigación en Madrid. Una «versión exagerada y despreciativa» del propio autor que, mientras realiza su “proyecto poético” sobre el legado literario de la Guerra Civil, pasa los días en su buhardilla de Huertas, visitando El Prado, fumando porros en El Retiro o saliendo por Chueca.
Lerner utiliza el relato de iniciación, la crónica en primera persona de un guiri en España (sí, también visita Toledo, Barcelona o Granada), como excusa para expandir su novela en dos direcciones: la descripción de las tensiones derivadas del choque cultural y la reflexión sobre la creación artística.
El autor mezcla de forma brillante lo anecdótico con lo trascendente, lo ligero con lo profundo. Sus problemas con el idioma (reales o fingidos) y las relaciones con los madrileños, su cultura y sus costumbres (besar a las chicas como saludo, la vida en los espacios públicos, el mito de la siesta) proporcionan los momentos más divertidos de la novela. Como aquel en el que, al escuchar una conversación a lo lejos y en pleno subidón de hachís, se imagina toda una rocambolesca trama almodovariana basándose en el cine español que ha visto desde su llegada.
Pero detrás de todo ese anecdotario de encontronazos culturales y sociales hay una lúcida reflexión, admirablemente escrita, sobre el arte y, en particular, la poesía. Desde su desmitificación, con la sarcástica utilización de la expresión “experiencia profunda del arte”, hasta su cuestionamiento: el sentido y la autenticidad de su poesía. 8,5.