También podía haber sido la película pop del año. Su banda sonora compuesta por Skrillex y Cliff Martinez (‘Drive‘, ‘Traffic’) y con piezas indistintamente de The Weeknd, The Black Keys o Britney Spears, parece un alegato de la posmodernidad en el que lo mismo cabe el dubstep que la balada más edulcorada al piano que la participación en el elenco y en la música del rapero Gucci Mane.
O un filme social más. Una reflexión sobre la deriva a la que se dirige una juventud sin valores que se dedica más que nada a dibujar pollas en clase de historia y a la que sólo se le ocurre rodearse de alcohol y drogas y quedarse en sujetador y bragas «para encontrarse a sí misma» (sic).
O la película moralizante del año disfrazada de todo lo de arriba, como acechan esos flashbacks de inspiración religiosa y todo el personaje de Selena Gomez, muy ilustrativamente llamado Faith.
Pero la nueva película de Harmony Korine, conocido por su guión de ‘Kids’ (1995), así como por la dirección de filmes como ‘Gummo’ o ‘Trash Humpers’ y vídeos de Sonic Youth y Cat Power (Spiritualized le dedicaron su tema ‘Harmony’) huye de todo esto apostando por un extraño batiburrillo que, en un par de momentos, llega a rozar -sin acercarse del todo- lo tarantinesco. En la mejor escena musical de la película, que no es aquella en la que las protagonistas entonan ‘Baby, One More Time’, vemos a las chicas bailar al ritmo de una balada tocada por James Franco, armadas y encapuchadas con unos pasamontañas que hacen parecer angelitos a las Pussy Riot. Es una escena de una belleza turbadora desde la que definitivamente uno se pregunta adónde se dirige Harmony Korine.
Viendo los paupérrimos resultados de taquilla de ‘Spring Breakers’ en España o comprobando que dos semanas después de su estreno se proyecta en más cines del extrarradio que de las grandes ciudades (como si las adolescentes fans de Selena hubieran sido finalmente su target), es claro que la película no ha conectado con el público. Ni siquiera con el indie. Probablemente porque no remata ninguna de sus direcciones -para bien (por la sorpresa) y para mal (porque queda en una extraña tierra de nadie)- y tampoco resulta un film demasiado ágil, lastrado por un montaje a veces tipo videoclip alternativo de más, que termina abusando de la repetición, del flashforward o del sonido de las armas para pasar de una escena a otra hasta el aburrimiento. Trucos que no impiden que, a pesar de esas imperfecciones, ese imposible final abra un camino interesante para la metáfora, o mejor todavía, a la más absoluta falta de pretensiones. 7.