‘Alacrán enamorado’, un puñetazo sin fuerza

Hay veces que las buenas intenciones no bastan. Que cada ingrediente se selecciona con máximo cuidado para que el plato sea genial y aun así el resultado final es imperfecto. Está claro que las reglas de las matemáticas exactas no se pueden aplicar al cine, porque viendo la calidad del trabajo individual de cada persona implicada en este proyecto, ‘Alacrán enamorado’ debería ser una película de 10. Y sin embargo se ha quedado algo lejos.

En cualquier caso es muy interesante que el cine español apueste por propuestas así de diferentes, no tanto por retratar el universo nazi (ahí está el ‘Taxi’ de Carlos Saura como precedente) sino por intentar recrear en escenario nacional el especial ambiente de esas películas de boxeo cuya épica consiguió, por ejemplo, que talentos tan dispares como Eastwood, De Niro o Stallone entregaran sus mejores trabajos. Desde luego que en la vida real habrá a quien le resulte violento, pero cinematográficamente hablando pocos deportes fotografían tan bien como el que se disputa sobre un ring, y eso es algo que el director Santiago A. Zannou ha sabido aprovechar en beneficio propio.

A ello contribuyen mucho los actores encargados de dar vida a los campeones de boxeo, intérpretes que deben someterse a entrenamientos exhaustivos para que te creas que realmente se dedican a esto y que en esta ocasión han llevado a Álex González a parir un personaje protagonista más visceral que violento al que se le hinchan con la misma veracidad los músculos, los huevos y los sentimientos.

Pero no es el único, ya que frente a él se pone un Carlos Bardem que, además de firmar la novela original en la que se basan la película y el guión, se da el gustazo de interpretar al entrenador Carlomonte, uno de esos perdedores con pasado triunfal que tanto gusta ver en pantalla grande y que tiene su Watson particular en ese descubrimiento llamado Hovik Keuchkerian, tercer punta del triángulo interpretativo estrella de este filme en el que Javier Bardem es una buena anécdota, Judith Diakhate un mal menor y Miguel Ángel Silvestre habla en alemán y eso.

El problema es que desde que empieza la película planea sobre la sala la sombra de un constante déjà vu que te hace adivinar todo lo qué vendrá después de cada secuencia, consiguiendo que lo que debería ser una experiencia demoledora a través de la historia de un nazi redimido por el amor y por el deporte acabe convertido en una especie de quiniela mental de resultados tan evidentes que, de acertar el pleno al 15, apenas te reportaría cinco euros. ¿Alguna vez has sentido que podías cantar entera una canción mientras la escuchas por primera vez? Pues eso. 5,5

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Publicado por
Claudio M. de Prado