Y es que como me comentaba un amigo guionista hablando de esta película que clausura el Atlántida Film Festival de Filmin, parece como si al hijo de Fernando Trueba le faltaran horas de vida fuera de la filmoteca. Que sí, que su amor por el cine y por todo lo que este arte representa es indiscutible, pero que cuando además de verlo también se quiere hacerlo hay que levantarse de la butaca y salir a la calle para empaparse de lo que ocurre en la vida real, porque es precisamente ahí, en su intento de captar la realidad, en lo que este título falla.
Una pena especialmente tratándose como se trata ‘Los ilusos’ de una película en fondo y forma nada convencional fruto de una necesidad vital de hacer cine al precio que sea. Así, sin guión, tirando de amigos, de película 16mm regalada y de un equipo muy reducido Jonás grabó durante varias semanas esta suerte de pieza mezcla de ensayo, ficción y documental sobre el tiempo que pierde un director buscando y poniendo en pie su próxima película, excusa que le sirve para intentar retratar a esa generación de treintañeros que hoy deambulan perdidos por la vida.
El problema es que más que un retrato generacional la cinta se ha quedado en un retrato de familia y alrededores que, aunque honesto, solo es apto para esa minoría de jóvenes que viven solos en grandes pisos céntricos, que hablan utilizando citas leídas en los libros de los autores más extravagantes de Anagrama o escuchadas en canciones de Nacho Vegas, que organizan conciertos íntimos de grupos como El Hijo en el salón de casa, que se emborrachan en un grasabar un día de diario o que su idea de cita perfecta es invitar a las chicas a tomar café en librerías-café o ver películas desconocidas en el Pequeño Cine Estudio de la calle Magallanes. Y ya sabemos todos cómo puede comportarse la masa cuando le hablan de esas minorías.
Pero no es la acotación a este reducido universo cultural de filmoteca y cercanías del barrio de Antón Martín lo que más chirría de ‘Los ilusos’, sino cómo está contada la película. A Jonás le habría funcionado mucho mejor todo si hubiera apostado por una técnica que, en lugar de copiarlos al milímetro, reinventara los recursos narrativos que hicieron famosos a autores como Godard o Truffaut en los 60. Que sí, que el poso queda, pero más por repetición machacona que por otra cosa. 5