‘Ayer no termina nunca’, las crisis de Coixet

Parte Isabel Coixet con una gran ventaja frente a esas malas críticas que, independientemente de que las merezca o no, va a tener simplemente por ser una de esas creadoras a las que se le tiene ganas incluso antes de ver su obra. Una ventaja, decíamos, que en realidad son dos, Javier Cámara y Candela Peña, pareja de actores cuya presencia, la única de todo el filme, ya valdría para justificar la existencia de esta película. Hay demasiado dolor en su retrato de pareja destrozada obligada a entenderse en un reencuentro forzado. Demasiada verdad en sus gestos, en su tono, en su trabajo. Sin embargo, o mejor dicho a pesar de todo, ‘Ayer no termina nunca’ se queda en un filme que es un casi sí pero al final nada.

Y es que es el medio lo que hace fallar a esta película. Coixet es directora de cine, lo sabemos, pero cuando te pasas las casi dos horas de película preguntándote si no sería una sala de teatro alternativo el lugar perfecto para contar lo que vemos en pantalla es que tenemos un problema.

No es que una película no pueda aguantar una historia centrada exclusivamente en dos personajes que hablan y hablan, pero todo queda tan artificial en pantalla, desde el tono escogido por Coixet a su puesta en escena, pasando por esos insertos en blanco y negro que cuentan lo que sus personajes piensan, que provoca rechazo. Qué diferente habría sido todo en teatro, un medio cuyo público acepta el pacto de ficción para creerse lo que ve en el escenario y convertir en natural lo artificioso. Por no hablar del puntazo que habría sido tener la posibilidad de ver en directo a Javier y Candela defendiendo este texto…

Pero las cosas son como son y así tenemos que aceptarlas para seguir viviendo, que es precisamente el fondo del argumento de la película, primera ciencia-ficción de la directora que se atreve a contarnos cómo será este país en 2017. Una España en la que Messi gana su décimo Balón de oro mientras los cementerios se convierten en casinos, los contenedores en supermercados, los coches en casas y los emigrados a Alemania en visitantes que miran a los que se quedaron por encima del hombro.

Escenario desolado y apocalíptico que Coixet utiliza para, a través de esta pareja, hablar de todas las crisis derivadas de la crisis con “C” mayúscula. Cine denuncia con amor imposible de fondo que emociona en el recuerdo pero que en el momento, en la butaca, da ganas de salir huyendo de la sala. Así de complicada está la cosa. 5,9

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Publicado por
Claudio M. de Prado