Y eso, que en otro sería entendido como un handicap total, se ha convertido en manos del director coreano en una ventaja para centrar sus esfuerzos en hacer lo que mejor se le da: servirse exclusivamente de imágenes y sonidos para entregar un filme de factura sensorial tan total que el espectador no sólo ve, sino que también siente, toca y saborea lo que ve en pantalla. Y sólo por eso ya se le perdona que bajo tan exquisita factura no haya una historia a la altura de la puesta en escena.
Tampoco hace falta matar al guionista. Chan-Wook buscaba una excusa para dirigir el homenaje a Hitchcock que siempre soñó, y encontró en el perverso y algo enrevesado libreto de Wenworth Miller el mejor vehículo para ponerlo en marcha. Un actor cuyo nombre habría bastado destacar en el cartel, cuando todavía creíamos que ‘Prison Break’ era la mejor serie de la historia, para vender la película. Pero por suerte para su recién estrenada faceta de guionista el hype por su cuerpo tatuado pasó, así que para bien o para mal, es el Miller escritor y no el interpretativo el que se lleva a casa las flores o los palos. Dependerá de quién le haga el regalo.
Y es que reconozco que para los que no consigan entrar en el anabolizado y perfecto universo estético de Chan-Wook, este ‘Stoker’ de intriga y maldad subrayadas les parecerá un producto nada digno de su carrera como director de culto. Algo así como un intento más de Hollywood de jugar a ser raritos sin arriesgar demasiado.
Pero para el resto os aseguro que contemplar a Mia Wasikowska convertirse en lo que se convierte, ver a Nicole Kidman haciéndonos recuperar la fe en ella, y sentir cómo Matthew Goode nos derrite sin saber cómo ha llegado a pasar es una experiencia digna de ser vivida a oscuras y en pantalla bien grande para no perder detalle. De hecho, todo está en los detalles. 7,3