Una república llamada Sziget

Los primeros minutos del festival Sziget son como los de prácticamente todos los festivales de música del mundo: cuando a la entrada del recinto canjeas tu entrada por una pulsera, además de la misma te dan el programa del festival. Hasta aquí todo normal y corriente. La particularidad del programa del Sziget es que está dispuesto en forma de pasaporte. Podría ser una idea de diseño sin pretensión alguna, por pura estética, pero nada más darse una vuelta por la isla (Sziget de hecho significa «isla» en magiar, dado que buena parte de la isla de Óbudai, situada en medio del Danubio a su paso por Budapest, forma parte del recinto) y echar un nuevo vistazo al programa-pasaporte, todo invita a una segunda lectura. Más que un festival, el Sziget es casi un país de una semana anual de existencia donde conviven distintos tipos de personas.

En activo desde 1993, el evento húngaro ha juntado en su reciente y última edición hasta la fecha a fans de distintos tipos de música, algo que se puede vivir en festivales españoles como Viña Rock o Cruïlla, pero a una escala muchísimo más grande y con una variedad estilística apabullante (y eso que este año, así como en las últimas ediciones del festival, no ha habido propuesta heavy, lo cual hubiera ampliado el abanico aún más si cabe): dentro de la isla se puede disfrutar de actuaciones que van desde el indie pop/rock hasta músicas del mundo, pasando por electrónica, punk, pop mainstream o rock de corte clásico. Con más de diez escenarios, la oferta de este año ha sido enorme y no se limitaba al terreno musical, pues había también zonas dedicadas a teatro, circo y todo tipo de disciplinas audiovisuales, formando un total de cincuenta y cuatro lugares donde presenciar un espectáculo. Para asegurar el avituallamiento de los alrededor de 362.000 asistentes que han acudido durante los siete días de festival, la oferta de comida y bebida estaba a la altura de las circunstancias, con una variadísima oferta y puestos por todo el recinto.

Contando con la ingente cantidad de público (el rango de edad era también sorprendente, desde niños hasta señores y señoras bastante talluditos), el enorme y multidisciplinar cartel y que se podía acampar en casi cualquier sitio que quedara libre entre los árboles (se podían encontrar tiendas de campaña no muy lejos del escenario principal o del Sziget Eye, gigantesca noria que permitía vistas espectaculares), la sensación que le queda a un neófito es de caos, al no darse estas circunstancias en un festival nacional (algunos como el FIB o el SOS 4.8 han ampliado su propuesta más allá de la música, pero es algo anecdótico si lo comparamos con las dimensiones del Sziget). Nada más lejos de la realidad: todo fluyó perfectamente durante la semana, sin apenas colas ni montoneras tanto para posicionarse antes de un concierto como para pedir una cerveza o un plato de comida. Con alguna rarísima excepción, los horarios de los conciertos se cumplieron a rajatabla y en escenarios al aire libre como el principal, a merced del clima, sucedía algo que el que escribe echaba de menos en otros festivales: ¡la música se escuchaba bien! Y ya a modo de sopapo a a algún festival de por aquí: el sistema de pago, con tarjetas de recarga, funcionaba a la perfección y no había que hacer colas interminables cuando se acababa el crédito, pues había bastantes puestos.

A través de nuestro media partner Deezer, entrevistamos a algunos de los artistas españoles que actuaron en el festival y comprobamos que ellos también quedaban encantados. Tanto Dinero como La Pegatina coincidían en que la organización es estupenda y que al artista lo tratan como se merece: desde la banda más pequeña hasta el cabeza de cartel obtienen el respeto y apoyo debidos. Éstos últimos celebraban también que en festivales como el Sziget se hicieran más cosas que ver conciertos, comer y beber. Por si eso fuera poco, ambas bandas comentaban que la entrega del público fue total en sus actuaciones y es algo que pudimos comprobar en el concierto de Ska-P, con el público húngaro sabiéndose las letras de los vallecanos. Y ya que estamos con la música, ¿en qué plano queda con tanta propuesta? Sí, en el reverso de las camisetas del festival se anuncian los grupos principales y parece que la música es lo principal, pero a juzgar por la actitud de muchos de los asistentes, habría que pensarse eso de nuevo: a diferencia de un concierto en, por ejemplo, el Primavera Sound, en varios recitales del Sziget al menos un cuarto de los asistentes está más centrado en su fiesta personal que en formar parte del concierto. Se podía ver a gente agitar todo tipo de banderas, disfrazarse, sentarse en el suelo o hacer como que remaba. El festival además echa más leña al fuego con una fiesta diferente en el escenario principal cada día, con congregación de molinillos de viento o la fiesta del color, en la que la gente se lanzaba sacos de polvo de colores, formando un pringue importante como el del último FIB

. Por supuesto se pudo disfrutar de notables actuaciones. Entre los cabezas de cartel y ofreciendo algo similar a lo vivido en el Primavera, Blur y Nick Cave dieron dos sets de aúpa, pero en cuanto a espectacularidad en la puesta en escena tal vez ganaron Biffy Clyro entre llamaradas y chorros de vapor además de interpretar las canciones del notable ‘Opposites’, en la calle desde enero y que siguen presentando por todo el mundo. Además de las nuevas, no olvidaron otros hits como ‘Many Of Horror’, ‘That Golden Rule’ o ’57’ en un show casi perfecto que el público supo apreciar.

Franz Ferdinand y Editors también salieron victoriosos, aunque éstos últimos perdían fuelle al interpretar los flojos temas de ‘The Weight Of Your Love’ y solo ganar la atención con canciones pretéritas como ‘Munich’, ‘Papillon’ o ‘An End Has A Start’. Algo similar sucedió con Mika, quien desgranó demasiado pronto sus temas más famosos, pero aun así logró salvar los muebles con una trabajada puesta en escena. El escenario A38, que parecía una carpa circense, también vivió notables shows como el de Everything Everything, los incombustibles Bad Religion, una hipnotizante Natasha Khan (Bat For Lashes) o unos Tame Impala en permanente estado de gracia, con un concierto tan excelente como el de hace un mes en La Riviera (los australianos coincidieron con David Guetta, quien cerraba el festival, pero por mucha coincidencia estaba claro quién era el grupo que ver).

El escenario principal de músicas del mundo también tenía mucho que decir, con Rachid Taha o Calexico en su cartel. Los de Tucson siguen con ‘Algiers’ (2012) como excusa para girar e hicieron bailar a los asistentes mostrando su faceta más latina, pero también prestando atención a sus orígenes fronterizos, además de dos estupendas versiones como la habitual ‘Alone Again Or’ de Love y la emocionante e inesperada de ‘Love Will Tear Us Apart’. También fue especial el concierto del grupo húngaro Muzsikás, quienes celebraban cuarenta años de existencia con un espectáculo en el que invitaron a muchos artistas (David Eugene Edwards y sus Woven Hand, entre ellos) y bailarines, ofreciendo una muestra de folclore autóctono de lo más atractiva. Con una impresión positiva, habrá que volver al Sziget, pues además la organización parece querer traer a nombres aún más grandes para la siguiente edición. Siendo un festival mucho más que de música y con una propuesta que podría tirar para atrás a los más puristas de cada género, tampoco está de más vivir una experiencia así, en la que la música importa, pero no es lo único para bien o para mal.

Fotos: quietmansmiling, Sziget/Szemerey Bence, Sziget/Mohai Balázs, Sziget/Péter Kálló

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Publicado por
Miguel Sánchez